Me parece tan admirable un solo de oboe ejecutado por Molly Marsh junto a la Orquesta Barroca de Sevilla que el hipnótico zapateado de Eva Yerbabuena, aún más majestuoso cuando la granadina se viste la bata de cola para marcarse un mirabrás. Quiero decir con ello que estaba dispuesta, por acudir el pasado fin de semana al Villamarta, a 'sacrificar' la nueva visita de la Barroca; esa gira que, gracias al patrocinio de Cajasol, se ha convertido en una de las perlas mejor cultivadas de nuestra tierra, no siempre tan inquieta culturalmente como nos gustaría. Y cuando aún faltaban varios días para el soñado fin de semana, con tantas mujeres a las que admiro sucediéndose noche a noche en el rutilante cartel (Merche Esmeralda, Eva, Rafaela Carrasco, Manuela), un infausto arcángel me comunica que 'no hay entradas'.¡Ninguna y para ningún espectáculo!

Antes de que me lleven los demonios, respiro como nos enseñan en Pilates y trato de considerar con frialdad lo ocurrido: ¿Se las han comprado todas los cursillistas extranjeros? ¿La generosa ayuda de las administraciones al Festival supone también una reserva de filas y filas para nuestras autoridades? ¿Es que los carteles femeninos tienen más tirón que los mixtos o netamente masculinos? Y la pregunta más obligada: ¿Por qué no se me ocurrió comprar las entradas con más antelación?

Sólo puedo responder, con datos fidedignos, a esta última cuestión: Pues porque no me dio la gana. Porque siempre me gustó ese carácter recoleto, cercano, amistoso, del Festival de Jerez. Ese evento mayúsculo al que, hasta hace bien poco, era posible decidir acercarse sobre la marcha, mientras te tomabas en la vecina localidad de Lebrija una manzanilla junto a Inés Bacán y otros queridos flamencos y alguien proponía "¡que nos vamos a Jerez!". Porque sí, porque hoy bailan El Grilo y María del Mar Moreno. Porque hay trasnoche y un crítico amigo nos ha dicho que Diego Carrasco viene con ganas. Porque El Torta es El Torta y se lo merece.

Pero los tiempos cambian. Y el Festival crece. Y se engrasa, y corre y hasta vuela solo. Lo cual es bueno para todo el mundo: para la ciudad, para los artistas, para los organizadores… pero no necesariamente para el público con ganas de improvisar y de decidir sus planes en un respiro de las estresantes semanas laborales.

Así que, desde el pasado viernes, echo ya de menos ese Festival íntimo donde siempre había aforo en la platea y, por doquier, barras y mesas libres para conversar con los amigos del derroche de arte disfrutado. Un Festival donde todo era flamenco, incluida la actitud, el respeto y el saber estar y no forzar las cosas, sobre todo el duende, que no se paga con dinero ni mucho menos se reserva en telentrada.com.

Me temo que, como pregonan los políticos, el flamenco está de moda. Por suerte, como decía Mr. Whistler, "Art Happens". El arte sucede. Y Bach siempre será Bach. Y un adagio de Albinoni o de Alessandro Marcello con los vientos y cuerdas de la Barroca de Sevilla se me antoja el mejor quitapenas posible. Aunque esa pena grande se llame Yerbabuena y venga de Jerez.

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