Cuando nos encontramos estudiando (en algunos casos tendríamos que decir "cuando asistimos a clase" y en otros ni siquiera eso), siempre hay una figura que nos llama la atención (para bien o para mal).

Generalmente, podemos encontrar modelos de comportamiento que no siempre cumplen con nuestras expectativas o que idolatramos por lo que han conseguido, por su manera de expresarse, por su estilo de vida, por sus conocimientos,...

Desde siempre han existido personas que han razonado con quienes se encontraban en el proceso de aprendizaje y han aconsejado ciertas estrategias que no siempre se han entendido al principio pero que han dado sus frutos al cabo de los años.

No es extraño oír a alguien referir las anécdotas de aquel maestro que se empeñó en que escribiera o leyera y a quien debe hoy su profesión de periodista, o las de aquella profesora que insistía en que mejorase sus láminas artísticas y a quien debe hoy su estudio de arquitectura o su puesto como profesor de Dibujo.

No siempre se trata de que leamos o estudiemos, pues en ocasiones lo que nos proponen es que observemos una hoja, que aguantemos una vuelta más al gimnasio o que miremos de noche al cielo para observar las estrellas.

Es cierto que debemos ser críticos y analizar cada propuesta, pero no es menos cierto que las personas que nos hacen reflexionar y dedicar más tiempo a descubrir qué es lo que nos interesa realmente son responsables de nuestra futura dedicación profesional o vocacional. Esas personas son los maestros que nos recibieron en el colegio, las maestras que nos enseñaron a leer, los profesores que nos enseñaron matemáticas o las profesoras que nos enseñaron los secretos de la física o la química.

¿Cuántas horas hemos pasado pensando en lo que nos querían decir y cuántas otras agradeciendo que insistieran para que no llegara a nosotros el desaliento?

¿Cómo podemos agradecer tanta dedicación? Pues poniéndoles de ejemplo ante nuestros hijos y compañeros para que aprendan que no hay motivo para el abandono.

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