La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

La deslealtad nacionalista

Que los nacionalistas sean insaciables y desleales no es lo peor, lo peor es que los partidos nacionales no pacten

Con enormes melancolía y envidia contemplamos el acuerdo entre democristianos y socialdemócratas para formar gobierno en Alemania. ¿Por qué? Porque los dos partidos han pactado renunciando a parte de sus programas en beneficio del interés nacional. Porque sus líderes, Merkel y Schulz, han tenido que enfrentarse a sus compañeros de partido subordinando la unidad interna a la cohesión y estabilidad de la nación a la que sirven.

La melancolía y la envidia se acrecientan al contrastar lo ocurrido en Alemania con lo que ocurre en España. Lo que vemos aquí es deslealtad y partidismo. Todo el procès catalán es un despliegue desorbitado de estas dos cosas. Hubo partidismo y deslealtad en 1931 y 1934 (entonces, contra la República) y lo está habiendo, en grado sumo, desde 2011 hasta hoy mismo, con una intentona de golpe de Estado y desconexión con el resto de España.

Y cuando aún colea el desafío catalán, y coleará por mucho tiempo, viene el otro nacionalismo rico, el vasco, a pisar el acelerador soberanista que parecía anestesiado por la derrota del terrorismo (ya saben, el árbol y las nueces). Con Urkullu asentado en Ajuria Enea, un concierto privilegiado que le permite garantizar en Euskadi un estado de bienestar por encima del 90% de los españoles y un Cupo recién negociado al alza, van y sacan del armario su programa de máximos: proponen en la reforma del Estatuto una relación bilateral Euskadi-España, el derecho de autodeterminación y política exterior propia. Y, aun así, no apoyan los presupuestos generales del PP ¡por haber aplicado el 155 en Cataluña!

Una excusa para seguir con el chantaje y la deslealtad. Ahora bien, lo más grave no es que los nacionalistas sean insaciables, a la vez que desleales, ni que estén instalados en el agravio que les lleva a ir cada vez más lejos. Lo más grave es que los partidos nacionales, los viejos y los nuevos, no hayan sido ni sean capaces de recortar las posibilidades de maniobra y presión de los secesionistas. Hay reformas legales (por ejemplo, la electoral) plenamente democráticas que ayudarían a poner a las minorías territoriales en su sitio. La auténtica solución sería un cambio radical en la cultura política española: que PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos estén dispuestos a colaborar entre ellos para que ninguno quede a merced de los nacionalistas cuando pueda gobernar sin mayoría absoluta.

Pero, claro, no somos alemanes.

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