Crónica personal

Pilar Cernuda

Sin discusión

NO hubo debate entre Zapatero y Rajoy, el presidente zanjó la papeleta de verse nuevamente en la obligación de responder a un mordaz líder de la oposición con un argumento insólito: por respeto al espíritu de unidad política que se vivió el 23-F, había decidido no entrar en discusión con Mariano Rajoy. Luego añadió que, total, era un déjà vu, que la nueva pregunta parlamentaria era similar a otras formuladas en distintas fechas y que, por tanto, no aportaría nada nuevo en su respuesta.

Se equivoca el presidente al alegar su respeto y reconocimiento al juego político que se vivía en España hace treinta años para impedir así el debate. Se equivoca porque en los seis años largos de presidencia ese espíritu se lo ha pasado por el arco del triunfo, ha hecho cuanto estaba en su mano para aprobar leyes sin consultarlas previamente con la oposición, y mucho menos negociarlas, y además ha utilizado esa estrategia para acusar al PP de no colaborar en asuntos importantes para la sociedad, pero teniendo buen cuidado en marginarle de esos asuntos, que presentaba en las Cortes, para su aprobación, sin haber dado oportunidad a la oposición de plantear sugerencias y, desde luego, sin aceptar jamás, nunca, las enmiendas presentadas, como si todo lo que procediera del PP estuviera contaminado, maldito.

Si hay un presidente que ha mostrado nulo respeto al diálogo con las fuerzas parlamentarias, a la negociación, al debate sincero y abierto, ese ha sido Zapatero; venir ahora con que no quiere discutir con Rajoy por respeto al recuerdo del 23-F, fecha en la que se salvó una intentona golpista con los partidos unidos con una sola voz, no tiene sentido. Independientemente de que en una sesión de control –invento que promovió un presidente del Congreso socialista, Gregorio Peces Barba, e hizo muy bien en promoverlo– los portavoces de los grupos de oposición están obligados a formular preguntas al Gobierno y los miembros del Gobierno están obligados a responderlas, haga frío o calor, se encuentren de buen o mal humor, y se celebre el aniversario que se celebre.

Zapatero no vivió en primera persona el intento de golpe de Estado, a pesar de que este 23-F ha actuado como si fuera uno de sus protagonistas. Y como no lo conoció, y no tiene la menor idea de la altura de miras de los políticos que trabajaban entonces por una España democrática y que conocían en toda su aceptación el significado de palabras como generosidad, lealtad, patriotismo y consenso, se permite el lujo de eludir el debate político con una justificación que no se sostiene: respeto a la unidad que se vio el 23 de febrero de hace treinta años.

Hace treinta años, el debate era inexcusable y a degüello.

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