El pasado 1 de enero, en las primeras horas del año, falleció don Manuel Olivencia, uno de los grandes juristas españoles, un andaluz de nacimiento y de vocación que supo, en tantos ámbitos, dar ejemplo -y ejemplo incansable- de compromiso en la construcción de una sociedad más justa y mejor.

De sus enseñanzas, fue quien esto escribe beneficiario privilegiado y discípulo mucho más voluntarioso que destacado. Su magisterio en las universidades de Madrid, junto al genial Garrigues, y, sobre todo, en la de Sevilla -"su" Sevilla- aprovechó a generaciones de jóvenes que hallaron en su figura un modelo de docencia riguroso pero amable, exhaustivo y al tiempo cercano, sólo al alcance de los verdaderos maestros. Aquí, desde que en 1960 obtuviera la cátedra de Derecho Mercantil en la Hispalense, desarrolló lo que intuyo su proyecto más querido: el de fundar una escuela -la llamada Escuela andaluza de Derecho Mercantil"- que sigue perpetuando (al menos, en ello se empeña) ese modo suyo tan atractivo y tan humano de entender el Derecho y la vida.

Dueño de una pluma envidiable, logró en sus escritos hacernos claro lo oscuro, simple lo complejo, como una prolongación natural de esa palabra fértil, cabal y certera que Dios le concedió. Al tiempo, abogado de altísimo prestigio, árbitro en las Cortes de medio mundo, pocos como él han practicado el difícil arte de aplicar el Derecho, de encarnarlo y hacerlo palpitar en las circunstancias de cada caso.

Me dejo mucho de lo que ha sido una biografía admirable. Su disposición a colaborar en la llevanza de los asuntos públicos, por ejemplo, que le impulsó a desempeñar cargos como el de Comisario General de la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Su constante preocupación, también, por elaborar una legislación mercantil internacional más equitativa en foros como Uncitral, en donde representó a España durante décadas. Y al cabo me dejo, creo, lo esencial. Don Manuel Olivencia, sin duda y con inigualable mérito, fue todo eso. Pero más allá de sus tareas -y entro en lo que en realidad importa-, fue un hombre bueno, una de esas personas que te hacen comprender el sentido de tantas palabras hermosas y cruciales: amistad, tolerancia, libertad, dignidad... Valores que nunca traicionó y a los que uno humildemente aspira.

A él le debo el inmenso y valiosísimo regalo de su cariño. Con su ausencia, queda huérfana una parte, acaso la más noble, de mi alma. Descanse en paz.

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