Alguien ha afirmado que los empates no se celebran y, para más inri, lo ha dicho a colación del que España logró sobre la última campana de Wembley. Decíamos antier que un amistoso en Wembley no es un bolo, sino menos amistoso que en cualquier otro rodeo. Es la auténtica Catedral del fútbol de todo el orbe y por muy amistoso que sea se trata de un compromiso especial que hay que intentar resolver de la mejor manera posible.

Por todo eso supieron a gloria los últimos minutos del choque con los ingleses y que tuvo su génesis en el fantástico gol de Iago Aspas. El del Morrazo es un jugador muy especial y fue una pena que se estrellase aquí con la constelación de estrellas que vivaquea en los camerinos de Nervión. Un gol que resultó un prodigio de visión para dar con el hueco imposible para el portero y de toque matemático, un toque de esos que los zurdos suelen llevar en la mochila desde que nacen.

Pero a lo que íbamos, a esa conquista de prestigio que se logró en Londres gracias al arreón final que tuvo el premio casi fuera de hora con el empate logrado por Isco. Dicho lo cual hay que convenir que el partido de España dejó mucho que desear y, sobre todo, puso en evidencia que la pareja Ramos-Piqué es indispensable para la buena marcha del equipo nacional. Se echó demasiado de menos a tan gran dúo, por lo que procede rogar por su retorno.

Afortunadamente hay tiempo para recuperarlos, ya que hasta marzo no será requerida la selección. Para entonces, ambos deben estar disponibles, como seguro que estará Iniesta. También al manchego se le echó de menos en la noche londinense y es que estamos hablando de tres futbolistas que lo han logrado todo y que figuran con todo derecho en lo más alto de la crema universal. De todos modos, sí es indiscutible que hay empates que merecen una calurosa celebración.