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La tribuna

Pablo A. Fernández Sánchez

El escaparate del mundo

EN eso se ha convertido la noble tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La mayoría de los Jefes de Estado o de Gobierno del mundo hacen sonar sus intereses, en forma de quejas, exigencias o palabras vacías con una doble moral, casi siempre, y con un doble mensaje: el interno y el internacional. Por tanto, sus discursos, cuando los hay, porque las ausencias son también mensajes (ahí está Bush), están llenos de referencias a lo bien que uno lo hace, dando recetas de cómo deben hacerlo los demás.

No me parece mal que el único órgano internacional de carácter asambleario esté afirmando ese espíritu de tribuna pública para que cada presidente haga saber al mundo cuáles son sus preocupaciones, sus inquietudes, sus anhelos, sus perspectivas, aunque carezcan de autocrítica.

Nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, también ha llevado su palabra. Es normal, pues, que nuestro presidente haya estado en ese escaparate para explicar su visión del mundo. Él ha concentrado el grueso de su discurso en dos temas fundamentales: la reafirmación de los derechos humanos, en especial en la lucha contra la pena de muerte, y la consecución de los objetivos del milenio, particularmente la lucha contra la pobreza.

A muchos les ha parecido cuando menos extraño que con lo que llueve en economía estos días se haya concentrado en la política poética. Muchos hubieran querido que hubiera hablado de la crisis económica que nos acecha, de los descontroles de los mercados financieros, del cambio climático, de la guerra de Afganistán, del uso de la energía atómica, de la inmigración o de tantos y tantos problemas que nos acechan.

Por el contrario, ha sido más valiente, más honrado. Ha denunciado la posición de los poderosos frente a los desheredados, conocedor de la falta de una voz única, exclusiva y excluyente de Europa. Europa, una vez más, ha estado ausente. Pero, es verdad, qué se puede esperar de una Europa, cuyo mismísimo presidente de turno (Sarkozy) convoca a Alemania, Reino Unido e Italia para discutir sobre la situación económica internacional y no tiene en cuenta a los demás (no digo nada del ninguneo a la octava potencia económica del mundo, que ha sobrepasado incluso el PIB de Italia).

Por eso hacen falta voces comprometidas que nos recuerden, como ha hecho Zapatero, con palabras de Mandela, que la pobreza "constituye una ofensa" y que "no es el resultado de fuerzas de la naturaleza", sino de "la acción u omisión de los hombres, en particular de aquellos que ocupan posiciones de liderazgo en la política, la economía y otras esferas de la actividad humana".

Con buen criterio, hacen falta voces que señalen que "no podemos excusar el incumplimiento de nuestras obligaciones en la situación de los mercados. No podemos escudarnos en las circunstancias para eludir nuestros compromisos".

Eso alguien tiene que decirlo, si Europa no es capaz. Por eso, creo que, esta vez, la voz de nuestro presidente ha estado a la altura de los grandes estadistas. Ya sé que los más simples le han tachado de vacío y los más complejos de discurso ideológico (quiero recordar aquí estas mismas críticas a los padres de la Declaración Universal de Derechos Humanos). Claro que ambas cosas pueden ser verdad. Lo primero, si su comportamiento no fuera coherente. Lo segundo, si no hubiera defendido el papel del Estado y de las instituciones para controlar la regulación de los mercados financieros, si no hubiera denunciado las tendencias hacia una nueva guerra fría o pedido la intervención de lo público en la esfera de la economía internacional.

Me consta que España, en esta legislatura, ha reafirmado su compromiso con los derechos humanos, situándonos entre los países no sólo más respetuosos, sino más protectores de los derechos humanos. España también ha hecho esfuerzos grandiosos en cooperación, en ayuda al desarrollo. Ningún Estado del mundo ha ofrecido más ayuda para los objetivos del milenio. Ninguno ha incrementado su presupuesto para estos menesteres como España. Por tanto, ha sido un discurso coherente. A pesar de ello, hay que mostrarse vigilantes para que no nos escudemos en fuerzas ocultas o en Europa, o en el reparto de carteras por sensibilidades políticas o en la presión de los grupos de intereses para violentar el propio discurso y vaciarlo de contenido. Si se dice lo que se ha dicho en la Asamblea General de la ONU, no podemos decir lo contrario en el Consejo de Ministros de la Unión Europea para frenar la inmigración (necesaria y necesitada), mal vista en tiempos de crisis. Por la coherencia serán respetados los políticos. Por sus contradicciones serán despreciados.

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