La tribuna

Lourdes Alcañiz

Lo que espera a Obama

Darse una vuelta en estos días por las zonas residenciales de Estados Unidos es como entrar en una realidad alternativa. A izquierda y derecha de esas avenidas de casas sin vallas cuelgan por doquier carteles de Se vende. Alrededor de la mitad de ellos tienen encima un sello en el que se lee: Foreclosure, la palabra inglesa para embargo. En Florida, en un área parecida al Aljarafe sevillano hay más de 900 viviendas en venta de las que el mes pasado se ha vendido la inverosímil cantidad de una. De igual modo, en los pequeños centros comerciales que salpican las calles aquí y allá, cada vez hay más escaparates vacíos y cerrojos echados. Ésta es la cara visible de la gravedad de la crisis por la que atraviesa el país. Ésa, y las colas infinitas en las oficinas de empleo donde se agolpan miles de personas a la búsqueda de un trabajo. Nunca el paro había llegado a estas cotas alarmantes desde hace dieciséis años.

La desesperación del desempleo tiene tonos más lúgubres en esa parte del globo porque para la mayoría de los que pierden su trabajo no hay red para amortiguar el golpe. El paro se cobra en circunstancias muy determinadas y por una cuantía y con una duración inferiores a la norma en España. La movilidad social hace que las familias vivan a muchos kilómetros de distancia (en un país que además es enorme) y recibir atención médica cuando se necesita no es una garantía sino un privilegio de los que pueden pagarse un seguro médico privado, o bien una ayuda estatal a aquéllos que están por debajo del nivel federal de pobreza. ¿Qué está haciendo la gente? De todo. Conozco ingenieros que están limpiando cocinas, familias haciendo la compra con tarjetas de crédito a punto de ser canceladas, padres y madres que hasta hace menos de un año habían trabajado toda su vida, haciendo cola en las filas de reparto de comida de organizaciones caritativas.

La realidad que hereda el futuro presidente Obama es de película de miedo, especialmente por lo inesperado de este cataclismo económico. No es de extrañar que a las voces solitarias que apuntaron un desastre de esta índole las tomaran por alucinados. Uno de ellos fue Gary Shilling destacado economista y columnista en la revista Forbes, que ya antes del 2007 predijo una burbuja inmobiliaria que al reventar arrastraría al país a una profunda recesión. Ahora todo son oídos para las predicciones de Shilling y la que tiene para el 2009 no es precisamente alentadora. Según Shilling, si los paquetes de estímulos de Bush y de Obama consiguen contener el desastre inmobiliario, estabilizar el caos de las bolsas, acabar con la sequía crediticia y arrancar de nuevo el consumo, entonces y sólo entonces, es posible que a principios del 2010 se empiece a ver una tímida respuesta y se atisbe el fin de la recesión. Pero si esto no ocurre, hay una gran posibilidad de que la recesión se extienda al 2010 e incluso más allá y, peor aún, de que se convierta en una depresión. Paul Krugman, economista y ganador del premio Nobel el año pasado, no deja de recordar que el gran peligro es que la ayuda y los estímulos se queden cortos, y que ahora no es momento de timideces, aun a costa del monstruoso déficit que está adquiriendo Estados Unidos.

Y a pesar de todo esto, en las calles, junto con los carteles de embargo, también flota un clima de expectativa y de esperanza sobre la toma de posesión de Obama que tiene algo de irreal, como si con su sola llegada al despacho oval la recesión fuera a empezar a ceder. El futuro presidente ha advertido que nadie se lleve a engaño, que la cosa está muy mal. Pero también afirma sin pestañear que creará o salvará entre tres y cuatro millones de puestos de trabajo fundamentalmente en el sector privado. La esperanza es lo último que se pierde y ése es el sentimiento que Obama capitalizó durante su campaña. "No hay nada falso acerca de la esperanza", decía uno de sus youtubizados discursos. Pero con la esperanza no se llena la nevera ni se paga la factura de la luz.

Ojalá que este clima de expectativa y buena voluntad no se torne amargo con el transcurrir de los meses porque ahora mismo no hay varita mágica que pueda con la realidad económica de ese país. Hay que reconocer que el espíritu de organización y colaboración de los estadounidenses para sacar una empresa adelante es admirable y esto unido a la promesa del cambio, del nacimiento de una nueva era, es la fórmula del éxito. No cabe duda tampoco de que los americanos, cuando hay que arrimar el hombro, lo arriman. El problema es que no hay donde arrimarlo.

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