He abordado en distintas tribunas el tema catalán desde tres perspectivas; la histórica, la política y la irónica desde que se desataron los acontecimientos, como desatan los locos sus ataques histriónicos, hace un par de semanas.

Las noticias proyectan un entusiasmo popular inútil, perroflautas que alborotan porque les va la subvención en ello, políticos de un lado; irresponsables de atar, que han perdido el norte, la compostura y la vergüenza y del otro a quienes asiste la razón pero no la altura moral que la completa, al carecer del ejemplo y la dignidad derivada de su pasado formal y estructural.

El resultado de todo ello nos devuelve la imagen de un país fallido, pues fallido es haber llegado a esta situación de ruptura donde el diálogo ya no es posible, tras cuarenta años de haber dejado atrás una dictadura. Hoy queda meridianamente claro que la transición fue modélica por el lado de los últimos franquistas, que al verse superados por la sociedad civil supieron apartarse a tiempo. También nos queda la constancia evidente de que la clase política, que lleva degradándose desde hace cuarenta años, es la principal responsable del pufo social que hemos acabado construyendo.

No digo de país porque esta es una nación hermosa y grande, pero la hemos jodido a lo grande; tan a lo grande que nos hemos quedado sin posibilidad de dialogar y cuando eso ocurre, descartada la violencia solo queda la ruptura.

Ruptura centrípeta o centrífuga ¡qué más da!

Espero con impaciencia el próximo día uno de octubre. Previsto el final que no puede ser de otra forma, solo me preocupa la violencia puntual que pueda desatarse y el nivel de esperpento que suele producir en todos los órdenes de la vida, aquello que es fallido.

Lo peor de todo es que para reconducir no ya la situación catalana sino el país, hace falta una regeneración absoluta y profunda de nuestra clase política que nos ha traído hasta aquí y dudo mucho que se aparten, como hizo la clase dirigente franquista hace cuarenta años, para dar paso a otra cosa, que hoy es la segunda transición que otorgue de verdad, la soberanía nacional a la sociedad.

No lo harán. Sus privilegios les ciegan la realidad. Las costuras estallarán por el flanco económico en un mundo donde no cabe otra forma de ruptura.

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