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Aunque se suponía que era así, un estudio de la University College London ha revelado que la felicidad tiene una incidencia decisiva en la salud de las personas. Da lo mismo saberlo que no porque la felicidad es una abstracción y la idea que podamos tener de ella varía con cada individuo. Pero, en fin, los investigadores eligieron a 216 participantes en el estudio, quienes, durante un determinado tiempo, anotaron sus impresiones del día. Con los papeles en la mano, los científicos distinguieron los optimistas y los pesimistas, dando por supuesto que los primeros eran más felices que los segundos, cosa que queda por ver. Luego chequearon la salud de cada grupo y comprobaron que los optimistas estaban más sanos que los pesimistas, y como la buena salud es básica para un estado de bienestar, decidieron que los más saludables, los optimistas, eran más felices. Parece un sofisma.

Entre las conclusiones que se han sacado de este trabajo destaca la importancia de la felicidad para prevención de muchas enfermedades. No basta curar al enfermo, sino que es preciso inculcarle un buen estado de ánimo exaltando las bondades físicas y espirituales de la existencia. Para prevenir ciertas enfermedades propias de los pesimistas, como la depresión o el estrés, y para sanar más rápidamente de las que nada tienen que ver con las emociones, no es suficiente con no sentirse mal: hay que sentirse bien. Otro descubrimiento de interés es que la felicidad parece ser un don natural que debe tener explicación biológica, aún no desentrañada del todo, pues no tiene relación con el trabajo, la edad, el estado civil o el nivel económico del afortunado. Si es así, ¿cómo vamos a enseñar a ser feliz a quien no haya recibido el don gratuito del optimismo? Estoy admirado y esperanzado porque soy pesimista.

No creo ni dejo de creer en los frutos de los estudios médicos sobre abstracciones y emociones. Sólo me inspiran una curiosidad, una expectación algo escéptica, propia, me imagino, de los pesimistas. Que yo haya advertido, el informe no dice nada de la inteligencia. Siempre se oyó decir que una inteligencia grande es un impedimento para ser feliz porque da una percepción bastante clara de la vida y del mundo y una capacidad alta de análisis y de crítica. Con estas cualidades, si es que lo son, es muy difícil ser optimista, aunque no impida la felicidad a ratos, en momentos intensos y cortos que no suman demasiado tiempo en toda una vida. Es posible la existencia de una dicha de conjunto, una especie de compensación entre los momentos de felicidad y de dolor, que ya es mucho, y siempre que se cuente con una vida espiritual rica que ayude a comprender y a aceptar las pérdidas. No creo que se pueda aspirar a más.

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