Se acabó la Semana Santa. ¿Y qué? Vivimos en una zona de alta radiación festera, y cuando no es Semana Santa es Navidad (con sus zambombas) y cuando no es Navidad es la Feria del Caballo (que para muchos empieza antes de que la alcaldesa encienda el alumbrado y los fuegos artificiales anuncien en despiporre).

¿Que se acaba la Feria? Pues nada, al Rocío, que no es fiesta para todo el mundo, pero a la que va mucha gente. ¿Y luego…? Bueno, luego está la playa, con sus fines de semana abarrotados y sus domingos en Jerez, con menos animación que un bolero de Machín. Ya saben: mayoría de bares cerrados, 0 opciones de ocio y cuatro guiris, pobrecitos míos, con una botellita de agua, rojos como carabineros, y el mapita de la ciudad que, la mayoría de las veces, para poco sirve.

Vendrá después de eso las Fiestas de la Vendimia, que, es obvio, ni son lo que fueron en su tiempo ni nada parecido a las Fiestas de Otoño de era Pacheco, con carreras de caballos en la plaza del Arenal, la parada hípica y un montón de cosas más que le daban a la ciudad una animación que ahora, por septiembre, ni está ni se le espera, algo completamente inaudito en sitio como Jerez, que debería hacer de la fiesta del vino su tierra y su bandera.

Y así pasa el tiempo, aunque nos maten el paro y los problemas. Jerez es un lugar para la celebración, para el pitote. Creo que no sabemos (ni debemos) dar la espalda a todo eso. Porque no creo para nada que ser más austeros ni más serios nos vaya a beneficiar, ni vayamos a avanzar por eso.

La vida solo se vive una vez y es bueno recordarlo, porque muy a menudo se nos olvida. Aunque lo bueno, bueno, sería que hubiese trabajo para todos, que, llegado el tiempo de fiesta todos tuviéramos ganas y dinero para celebrar. Pero mientras eso llega, dejemos que el incienso huela en la calle, que el vino corra y que la zambomba y el traje de gitana esperen su turno para montar la jarana.

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