Francisca Márquez

Mi hija vive para contarlo

Muy señores míos:

En un primer lugar voy a ponerles en antecedentes de los hechos que, el pasado día 1 de enero, le costó a mi hija, Rocío Vázquez Márquez, de tan sólo 24 años, la pérdida del ojo izquierdo y prácticamente la destrucción facial del lado izquierdo.

Tras celebrar tradicionalmente la entrada del nuevo año con las uvas, casi toda mi familia salimos a la calle, para felicitar a los vecinos el nuevo año y entregarle un regalo de cumpleaños a una de mis vecinas.

Mientras nos encontrábamos reunidos en la calle, en el portal de mi casa, a unos doscientos metros se encontraba un grupo de vecinos, incluidos varios menores, tirando petardos y cohetes, cuyo estruendo corresponde más a una bomba, que a artificios pirotécnicos.

Desgraciadamente, uno de los cohetes se salió de su trayectoria vertical, recorriendo la calle hasta el punto donde nos encontrábamos todos los vecinos, con la mala fortuna que impactó sobre el rostro de mi hija Rocío en el momento que se produjo la deflagración del cohete.

Puede usted imaginar la impresión al ver la imagen que ha quedado grabada en mi retina, de mi hija, que se encontraba a tan sólo unos centímetros, y que quedó despedida a cuatro metros de donde nos encontrábamos hablando con los vecinos, con la cara hecha jirones y bañada en un charco de sangre la cual salía a borbotones, y cuya hemorragia era imposible parar incluso con un paño presionado sobre las heridas. Su hermana menor, Carmen, acompañó a su hermana en el traslado al hospital taponando como buenamente podía las heridas, y acabó completamente bañada en sangre. Fue tal el daño que recibió mi hija en el rostro, que en el hospital de Jerez determinaron el inmediato traslado, entubada, al Hospital Puertas del Mar de Cádiz, donde tras siete horas de operación permaneció tres días en la DCI.

Era tal el destrozo que llevaba mi hija en la cara, que incluso los propios médicos quedaron impactados.

Lo más penoso de todo esto es que encima tenemos que agradecer a Dios. Mi hija vive para contarlo, sólo hubiera hecho falta un centímetro para que los daños del impacto le hubieran costado la vida.

En estos momentos, la situación que estamos viviendo está llena de varios sentimientos: alegres, puesto que mi hija se está recuperando con una fuerza y una entereza que nadie esperaba. Muy tristes, puesto que aparte de las secuelas que puedan quedarle, la recuperación y rehabilitación de mi hija será larga y dolorosa e imaginamos que tendrá que pasar varias veces por quirófano para la reconstrucción facial.

Pero el sentimiento que predomina en mi familia y amigos es de indignación y rabia.

El suceso puede ser interpretado como un lamentable accidente, pero, a nuestro entender, aparte de tener un responsable, podría haberse evitado de muchas formas.

En primer lugar, no llego a entender cómo en este país se venda con tal impunidad artificios pirotécnicos a cualquier particular. A cualquiera que con un pequeño grado de inconsciencia o maldad puede manipular un artefacto, que en ocasiones contienen una mayor carga en pólvora que el cartucho de un arma de fuego, y cuya deflagración puede producir amputaciones, quemaduras, daños irreversibles e incluso la muerte.

De todos es conocido que en localidades próximas, como Lebrija o Chiclana, se realiza la venta de este material a particulares, a gente que no sabe lo más mínimo qué es lo  que tiene entre las manos, que no saben de las más mínimas normas de seguridad en el manejo de estos artefactos e incluso que poseen la poca conciencia de proporcionar este material a menores.

A parte de esto, no entiendo la pasividad que ha mostrado la Policía Local en este tema, ya que los vecinos de mi barrio llevábamos más  de dos meses quejándonos de la situación que estábamos viviendo en el barrio, que parecía un campo de batalla por las explosiones continuas que se oían, y que eran mínimas las apariciones que una patrulla se dignaba a realizar, que aparte de tardar más de veinte minutos en realizarlas, lo hacían anunciando su llegada para que los responsables tuviesen el tiempo suficiente para dispersarse. Es  tal el abandono que sufrimos por parte de las autoridades que la plazoleta, desde donde salió el cohete, se ha convertido en un punto de reunión donde acuden de varios puntos de la ciudad numerosos indeseables que se dedican al consumo y tráfico de drogas y al vandalismo, cuyos destrozos han alcanzado incluso el parque infantil que el Ayuntamiento había instalado. Al parecer, el hecho de ser una barriada rural nos convierte en ciudadanos de segunda, por lo que no merecemos la misma protección que el resto de jerezanos, pero eso sí, somos ciudadanos de primera a la hora de recibir religiosamente las mismas notificaciones de los impuestos municipales que el resto de ciudadanos.

Eso sí, tengo que felicitar a la Policía Local, que aquella fatídica noche se encontraba de servicio, ya que sus conocimientos en medicina mental les otorgaba la licencia para aconsejar al vecino que reclamó una patrulla que visitara un psicólogo, e hiciera caso omiso al aviso, y tal vez con la presencia de una patrulla mi hija en estos momentos no se encontraría desfigurada y tuerta.

Por todo ello le suplico que se regule con más restricción la venta y manejo de material pirotécnico, que esa venta sólo se limite a profesionales que posean los conocimientos y medios necesarios, ya que hablamos de material explosivo como en las etiquetas de seguridad expresa.

Es totalmente injusto que por la diversión inconsciente de unos mi hija acabe en la mesa de un quirófano con la cara destrozada, cuando ni siquiera se encontraba en las inmediaciones. Que mi familia en estos momentos esté destrozada también ya que, a parte de mi hija, la principal víctima, todos padecemos  un daño psicológico del que difícilmente vamos a recuperarnos, principalmente su hijo de tan sólo siete años de edad, por lo menos hasta que no volvamos a verla realizando su vida normal y con su aspecto de siempre, en lo cual tenemos grandes esperanza de que así sea.

Sin más aprovecho para enviarle un cordial saludo.

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