De la misma manera que insistimos con frecuencia en la confusión existente, alimentada por los gobernantes, entre legalidad y "legitimidad", idéntica confusión hay entre igualdad e "igualdad de derechos". La democracia se asienta sobre la igualdad de derechos no sobre la igualdad a secas, porque ésta compete a la naturaleza, que, como sabemos bien, no es democrática ni justa. Las religiones, las leyes, los códigos morales, incluso la ley natural misma, aunque parezca contradictorio, aparecen cuando el hombre se da cuenta de que si no pone freno a las arbitrariedades de la naturaleza y de sus propios instintos, no hay grupo humano que sobreviva, y el hombre no podía sobrevivir como especie sino agrupado. No aclarar los conceptos, no enseñar desde el colegio a manejarlos y no explicarles a los niños que hay aspiraciones humanas nobles que nunca se harán realidad del todo, da situaciones ridículas.

En las actividades que están muy claras, como los deportes, nadie discute la desigualdad natural. No todo el mundo tiene las mismas habilidades e inclinaciones, ni corre o salta igual, ni es igual en la resistencia, la tenacidad o la inteligencia para practicar un deporte con éxito, incluso para adquirir notoriedad deportiva y vivir de ello como profesión. En las demás actividades humanas se niega esta verdad incuestionable. Se sabe que a los nadadores les conviene ser altos y musculosos y a los corredores más bajos y delgados. El ridículo empieza cuando quien no tiene cualidades para nadar o correr quiere competir en unas olimpiadas porque le han enseñado que tiene derecho, porque todos somos iguales. En los colegios se enseñan estos principios, que no son falsos, salvo que no se aclaren bien. Los niños son muy crueles con sus compañeros y le dan un toque de realismo a la utopía docente llamando torpe al que lo es.

La enseñanza en España, y en Andalucía en particular, tiene un puesto poco honroso en las listas elaboradas por la Comunidad Europea. No debería ser así en un país y en una región de tradición cultural rica, pero la errónea idea, y a corto plazo perniciosa, de confundir la igualdad de derechos con la igualdad natural nos hace desperdiciar talentos e inteligencias a favor de los más torpes. No sé a qué mente preclara se le ocurrió no dar notas ni casi hacer exámenes, ni elogiar a los inclinados al estudio, para no acomplejar a los inútiles para estudiar. Lo contrario de lo que se hizo durante todos los siglos pasados desde que se instituyó la enseñanza. Lo que se debe cuidar es la igualdad de oportunidades para que por aislamiento o pobreza no se pierda un talento. Todos deberíamos aprender a tocar el piano, pero enseñándonos al mismo que los grandes concertistas son raros, porque la naturaleza les ha dado dones a unos y a otros no.

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