EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

La justicia posible

EL caso de Marta del Castillo ocurrió hace apenas dos años. Durante su investigación se practicaron cientos de pruebas y peritajes y se recogieron docenas de testimonios. Unos doscientos o trescientos especialistas, sin contar a las unidades del Ejército y de la Guardia Civil que rastrearon el Guadalquivir, participaron en la investigación de los hechos. Y a pesar de todo esto, dos años después, todavía no ha sido posible encontrar el cadáver o establecer con seguridad quién intervino en el crimen.

Por eso me pregunto cómo va a ser posible juzgar los supuestos casos de robos de niños que tuvieron lugar en los años 50 y 60, o la muerte del cámara José Couso en Iraq durante la invasión norteamericana, o la denuncia de alguien que se sienta discriminado por una conducta que le parezca humillante o intimidatoria, de acuerdo con lo que establece el anteproyecto de Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación. Estoy seguro de que hay muchas razones para investigar todos estos asuntos, pero creo que antes deberíamos procurar que se investigara en las mejores condiciones los casos que han ocurrido ahora mismo y en los que las circunstancias parecen mucho más graves. Lo digo porque vivimos una especie de obsesión por extender el dominio de la justicia hacia el territorio de los sentimientos -que son muy difíciles de cuantificar y verificar-, o bien hacia el pasado inalterable en el que ya es imposible encontrar a los responsables de los hechos. Si un caso ocurrió hace cuarenta años, ¿quién va a testificar? ¿Y con qué pruebas, qué testimonios, qué peritajes? Pero nada de esto parece preocuparnos, y en cambio dejamos que muchos casos actuales, en los que sí hay pruebas y testimonios fiables, tengan que resolverse con gran escasez de medios y sorteando día a día miles de dificultades casi insalvables.

Comprendo, por ejemplo, que haya que adoptar medidas contra la humillación y la discriminación, pero antes convendría que todos asumiéramos que la vida es discriminatoria en sí misma, y precisamente por eso -porque la vida es discriminatoria, y unos son ricos y otros son pobres, y porque unos cometen atropellos y otros tienen que sufrirlos, y unos siempre ganan y otros siempre pierden-, existe la justicia que intenta restablecer un cierto orden moral y reparar las ofensas y equilibrar los daños. Una justicia eficiente exige muchos medios, pero también requiere unas leyes bien hechas que permitan actuar con la mayor contundencia contra quienes cometen los delitos. Por eso sería bueno que nos dejáramos de justicias irrealizables y que nos centrásemos en la justicia más necesaria de todas: la humilde, la cotidiana, la impostergable justicia de lo que todavía es posible.

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