Es un síntoma indudable de progreso. Que haya tantas personas escandalizadas por la pérdida de ciertos valores, y que lo demuestren sacando un autobús publicitario por las calles de Madrid, como los que anuncian refrescos, pero alertando de los males que se ocultan entre las piernas (esos males que ya pagaron bien caro los vecinos de Sodoma y Gomorra) quiere decir que en España las leyes son tan avanzadas que sacan a más de uno de sus casillas.

Aquí ni se lapida a las mujeres adúlteras ni se manda ya a nadie a la hoguera por sus pecados. Si habremos progresado, que ya hasta la justicia divina es más comprensiva que en otras épocas y ha dejado de administrarse con grandes plagas y lluvias de azufre (de aquellas que les quitaban a los libertinos las ganas de cachondeo para lo que quedara de Antiguo Testamento.)

Con todo, se ha desatado la polémica por el mensaje que hay implícito en esa campaña contra el vicio que recorre la capital. Como niega la legitimidad a cualquier opción sexual que no sea la de cara o cruz, se critica el carácter discriminatorio de esta cruzada contra el mal, que se mueve entre el puritanismo y la venta ambulante. ¿Pero acaso estos señores no son libres de discriminar como les dé la gana y de tener sus propias ideas, por cavernícolas que sean?

Por aquello de la libertad de conciencia, cualquiera tiene todo el derecho del mundo a considerar que la homosexualidad es una enfermedad que se alivia con tratamiento psiquiátrico, o visitando a un curandero, o a base de latigazos en según qué partes. Lo que no debemos tolerar bajo ningún concepto es que las personas que piensan así impartan sus doctrinas en las escuelas o que pretendan imponerlas liándose a tiros con los que piensan distinto.

La gente es muy libre de creer que una lesbiana sea una especie de monstruo de la naturaleza, o de pensar que las transfusiones de sangre ofenden a Dios, o que a Mahoma le caen peor los chistes que los atentados terroristas. Pero además deben ser libres de expresarse, porque siempre será mejor que semejantes individuos saquen a relucir sus ideas (para que sepamos a qué atenernos, no vaya a ser que nos confundan a los demás y acaben siendo ministros de Educación o algo así.)

Si el libro de los gustos está en blanco, el de las creencias ya para qué hablar. Por eso, si ninguna ley obliga a creer que la Tierra es redonda, si no es necesario aceptar la teoría de la evolución para ganarse el derecho al voto, ¿por qué va a atentar contra las libertades que haya personas que niegan la existencia de niños con problemas de identidad sexual?

Si hubiera que retirar de las librerías las obras que albergan ideas ofensivas para algún colectivo, no acabaríamos nunca porque desde la Biblia hasta los poemas de Gloria Fuertes, lo raro es que haya un solo libro que no moleste a algún hijo de vecino. A ver si por defender las libertades, vamos a acabar prohibiendo todo.

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