HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La llama vacilante

LOS Juegos Olímpicos no deben suspenderse ni boicotearse. Los modernos se han suspendido durante las grandes guerras europeas, cuando el ejemplo de Grecia fue (es) declarar treguas para celebrarlos. Se han boicoteado por circunstancias políticas pasajeras, cuando el ejemplo de Grecia sigue siendo que todos eran griegos, con lengua y panteón comunes, aunque guerrearan entre sí. La Historia es larga y convierte en anécdotas las mayores guerras y catástrofes porque el tiempo hace abstracción de las tragedias personales y las vuelve colectivas, de toda la humanidad. Los griegos amaban el deporte porque amaban la belleza corporal y la épica. Los jóvenes debían ser hermosos, sanos y fuertes para tener descendencia acorde con ellos y estar preparados para la guerra. Crearon una estética, un pensamiento, un arte, una literatura y, en suma, una civilización que es la nuestra. Grecia hizo a Europa y Europa ha hecho al mundo.

Por eso sólo los Juegos deben celebrarse, aunque la llama olímpica vacile y aun se apague, pues fueron rescatados hace algo más de un siglo como homenaje a una cultura deslumbrante. El Tíbet cuenta con las simpatías de gente muy diversa en todo el mundo. Idealizado o no, representa una vida más natural, espiritual y sencilla, mientras que China es un totalitarismo empeñado en un desarrollo económico que imita lo peor de Occidente. Tuvo siempre ambiciones sobre el Tíbet. Si los tibetanos acabaron por aceptar el título de pretensión que se añadieron los emperadores, Protector del Tíbet, fue porque no intervenían en la manera de vivir tradicional tibetana y la autoridad real aceptada era, y es, la del Dalai Lama. El totalitarismo chino, que ha conseguido una Iglesia Católica Nacional, cuya única diferencia con Roma es el no reconocer la autoridad del Papa (el catolicismo romano es clandestino), quiere hacer lo mismo con la religiosidad del Tíbet.

China, además, es rica, con veto en los foros internacionales, tiene cogidos por el bolsillo a los países occidentales y por el cuello de la dependencia económica a muchos de sus vecinos. El chino es la lengua franca comercial de una amplísima zona, el inglés de Oriente. Como buen totalitarismo, no consiente que nada escape al control del Estado. Todo esto cae mal entre quienes ven en el Tíbet el último paraíso y molesta a quienes no creen en paraísos, pero sí en sociedades más de acuerdo con la naturaleza y menos entregadas a la idolatría del dinero. No se debe impedir que los jóvenes del mundo compitan en unos juegos que, en sus intenciones, son de paz y de unión universales; pero, si las representaciones oficiales en la inauguración fueran de mínimo nivel, se le haría una advertencia pacífica a la prepotencia china. No sabemos si será posible. El dinero dirá la última palabra.

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