La lluvia sobre el mar, qué desperdicio de agua dulce. Eso sí que son lágrimas en la lluvia. El mismo sentimiento, con menos sentido común, me asalta cuando veo llover y no estoy en casa. Que llueva mientras estoy trabajando es como si lloviese en el mar, aunque ya sé que para los pantanos no es lo mismo, y hago un poder por alegrarme. Ahora bien, cómo llueve cuando uno está mirando por su ventana, nada de nada.

Por suerte, estos días ha llovido tanto que me ha tocado en el trabajo, ay, pero también en casa, oh. Lo delicioso está en el ocio y en el quicio de la ventana, para poder mirar a gusto. Además, enseguida se suman las chimeneas, que hacen el papel para el frío y las solitarias noches de insomnio, pero que, cuando llueve, resultan insuperables. Los elementos puros: el agua, el fuego, que se dirían contrarios, pero que qué bien casan: sus luces, plata y oro, sus músicas, metal y madera. Luego, hay un gusto escondido, que asciende desde la sangre de nuestro pasado de agricultores: ver llover sobre la tierra propia. Tiene una profundidad ancestral, y eso aunque las tierras sean unos pocos metros de jardín o el parterre de la terraza. Basta tener una maceta para ser un propietario -en ningún sitio se dice la cantidad de tierra que haya que tener para ser un terrateniente- y sentir ese esponjarse paralelo de nuestro corazón al ver la lluvia hinchando nuestros terrones.

Ya he hablado del agua, del fuego, de la tierra… Ahora toca el aire, tan limpio y frío que parece de cristal. Las gotas no caen, resbalan sobre el aire bruñido. Podría dibujarse en él con el dedo y nuestro vaho. Y él también nos toca con su dedo el corazón. Es la sublimación del cielo: el Cielo. La primavera es el símbolo inmemorial de la resurrección y, como la lluvia de marzo colabora en el reverdecer futuro de la primavera, ver llover deviene la esperanza de una esperanza, esperanza al cuadrado. Que midamos lo que ha llovido por metro cuadrado lo recuerda.

Hoy predicen que no va a llover tanto, como si también entre las nubes hubiese división de opiniones acerca del seguimiento o no de la huelga. Pero va a llover, mansamente, con cuidado. Como tampoco estaré de huelga, no la veré desde la ventana de casa ni junto a la chimenea ni pensando en el cielo. Nunca llueve a gusto de todos, ni siquiera de los que amamos la lluvia y ella, por eso (otro toque de lucha de sexos), nos gusta todavía más.

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