Crónica Personal

Con mal pie

Sánchez empezó con mal pie en el 2014 y tampoco ahora acierta en su estrategia.

MÁS o menos por estas fechas, hace tres años, un triunfante Pedro Sánchez recién elegido secretario general viajaba a Estrasburgo para asistir al primer pleno del Parlamento Europeo de la nueva legislatura. Días antes había anunciado que el PSOE no apoyaría la elección de Juncker como presidente de la Comisión a pesar de que socialistas y populares habían acordado que todos votarían a Juncker para ese cargo y a Martin Shulz para la presidencia del Parlamento Europeo.

Sánchez se vio con el socialista Shulz y, al finalizar la entrevista, dijo a los periodistas que el entonces presidente del Parlamento le había trasladado su comprensión por la postura de los socialistas españoles. No fue eso lo que contó el presidente del Parlamento horas más tarde: al contrario, le había explicado a Sánchez que los acuerdos hay que cumplirlos.

Viene esto al caso porque su primera decisión importante en su segundo mandato tampoco la ha adoptado con buen pie, y no sólo porque el comisario Moscovici haya expresado su contrariedad por la posición de Sánchez respecto al CETA, el Tratado de Libre Comercio al que llegaron la Unión Europea y Canadá después de años de negociaciones, sino porque en las propias filas del partido, y no precisamente en el sector disidente, sino entre aquellos que le apoyan de forma incondicional y forman parte de su equipo, también ha llenado de estupor su decisión de no apoyar el CETA. Como decía uno de esos incondicionales: "Si no nos gusta un país como Canadá para firmar un acuerdo comercial, ¿qué país nos gusta entonces? ¿Con cuál maridarmos?" Esas mismas palabras las debió transmitir al propio Sánchez, que finalmente ha optado por la abstención.

Un dirigente político con aspiraciones de gobierno no puede dudar ante cuestiones de Estado y tampoco ante las decisiones que se toman en el seno de la UE, que se negocian minuciosamente para conseguir que sean provechosas para los ciudadanos europeos. Será difícil para Pedro Sánchez justificar por qué cercena la posibilidad de que docenas de miles de pequeños y medianos empresarios españoles puedan meter sus productos en el mercado canadiense, independientemente de que le será difícil explicar por qué una vez más no acepta los pactos a los que se llega en la UE.

Pedro Sánchez debería hacer una mínima reflexión sobre las consecuencias de convertirse en la eterna voz discrepante en la UE, un club donde no se hace política en clave interna, sino pensando en el bien de todos los ciudadanos europeos.

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