La tribuna

Ildefonso Marqués Perales

Tres medidas para reducir el fracaso escolar

LOS requisitos históricos y funcionales de la economía de mercado han exigido que la división del trabajo se efectúe de la forma más ordenada y eficaz posible. La estructura ocupacional de las naciones industrializadas ha requerido de una agrupación más o menos brusca de clases sociales para echar a andar. Se han necesitado obreros de la misma forma que directivos, empleadores de la manera forma que empleados. Desde hace ya algún tiempo, ha sido la escuela la institución valedora y encargada de llevar a buen puerto esta misión. No obstante, en una sociedad en la que los hijos pueden heredar las posiciones económicas y culturales de los padres, la escuela ve muy limitado su potencial. Sin embargo, rara vez esta realidad se contempla, y la escuela ha servido de diana para los ataques más diversos. De todas las críticas que se le han hecho, sin duda, la más reiterativa es aquella que enarbola su ineficacia, dadas las cifras de fracaso escolar en nuestro país.

En una sociedad como la que hemos descrito, acabar con el fracaso escolar es casi imposible. Reducirlo sí que se puede. Tres medidas concretas creo que pueden hacer que el fracaso escolar se reduzca algunos dígitos, acercándose, alcanzando e, incluso, superando, la tasa media de alumnos que tienen el título de la Educación Secundaria Obligatoria en España.

En primer lugar, si queremos que los alumnos no abandonen hemos de comprometer a sus padres. Querámoslo o no, algunos de ellos necesitan de un incentivo para estimular el aprendizaje escolar de sus hijos. Por múltiples razones -casi todas de carácter social- hay algunos padres que no estiman oportuno animar estas cualidades de trabajo escolar en sus hijos. Y, puesto que el capital económico llama al emocional, consideramos que la medida de los 6.000 euros es una muy buena medida. Son legión los factores por los que los padres frenan el aprendizaje escolar de sus hijos. La vergüenza de no saber responderles a medida que van siendo mayores, y la inutilidad de un periodo tan largo sin recompensas de ningún tipo son algunas de las razones (hay que reconocer que esta última obedece a una argumentación de peso). Se puede hacer responsables a los padres de lo que hacen, pero los que no tienen absolutamente ninguna culpa son sus hijos.

Por otro lado, pongámonos en el caso de los alumnos que ya han abandonado. ¿Cómo hacerles volver a la escuela para que, al menos, finalicen la etapa obligatoria? Aquí la solución es relativamente fácil: subvencionar a las empresas para que no pierdan beneficios si alguno de sus trabajadores decide volver a estudiar. No hace falta hacer una gran reducción de horarios, basta con unas horas al día.

Por último, una tercera medida eficaz pudiera basarse en el cheque escolar. Aquí hemos de ser muy claros para que no se nos malinterprete. James Coleman, uno de los nombres insignes de la sociología norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, recomendó que los alumnos blancos de clase media compartieran espacios con alumnos negros de clase populares. Con ello se favorecía la integración racial, a la vez que se dotaba a los alumnos de unas formas de socialización nuevas, que no habían visto en sus barrios ni en sus familias. Hoy en día sabemos que cuando los alumnos de clases populares comparten aula con los alumnos de clase media o alta, sus resultados escolares mejoran. De hecho, por esta razón también sabemos que la titularidad del colegio (público, concertado o privado) no es tan importante por lo que ofrece sino por el estatus socioeconómico de sus alumnos.

Dicho de otra forma, si los alumnos de los colegios privados fueran a partir de mañana a los colegios públicos y conservaran su estatus socioeconómico, sus resultados serían similares. No estaría ni mucho menos mal dar la posibilidad a los padres que lo deseen de enviar a sus hijos a un colegio privado o concertado, pero, insisto, siempre que sus rentas sean bajas. No se alarmen. No van a ser tantos. Los sociólogos de la educación sabemos que los padres de nivel socioeconómico bajo consideran que la cercanía del centro al barrio como uno de los mejores criterios para la elección del centro escolar. Aun así nos serviría para reducir algo el fracaso escolar.

Ante estas medidas se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo; no obstante, son concretas, aplicables y están basadas en datos. Mientras tanto, se puede discutir sobre la pérdida de cultura humanista, el desgobierno de las aulas o las carencias en la formación de los actuales alumnos, sin que haya ningún estudio científico que refleje que el nivel ha bajado (en sentido estricto es sólo una intuición que a costa de repetirse se ha vuelto parte del sentido común). Y así incluso quedamos bien frente a los demás.

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