Gafas de cerca

José Ignacio Rufino

Más y mejor bici

HACE algunos años ya, justo al incorporarme a mi departamento en la universidad, un compañero tan guasón como conservador en las maneras me decía al verme llegar al campus en bicicleta: "¿Tú qué eres, de los de "carrilito-bici ya"?". Se suponía que los adelantados de lo que se bautizó después movilidad sostenible, que llevaban tal reclamación visible detrás del sillín, eran sospechosos de llevar una forma de vida contraria al orden tradicional de las cosas móviles: "El primero, el coche; el último, el peatón", una prioridad no escrita que suele denotar a las sociedades más subdesarrolladas. Cuando, con crecientes trazados de vías ciclistas urbanas y políticas municipales, hemos evolucionado en la mayoría de la urbes hacia la creación de un sistema eficaz y seguro para los ciclistas, mi compañero ya se desplaza a diario por el carrilito-bici, feliz cual perdiz. Ha tardado, pero ha visto la luz. Y los contrarios a una fe, cuando la abrazan, son los creyentes más entusiastas, eso es así.

Las vías ciclistas llegaron a las ciudades andaluzas por una suerte de despotismo ilustrado de los partidos de izquierda (concretamente, Izquierda Unida): "Bici y salud para el pueblo, pero sin que el pueblo, salvo apóstoles incomprendidos, lo haya pedido". Con el paso del tiempo, los beneficios colectivos y personales de desplazarse en velocípedo están fuera de duda, pero no pocos municipios han olvidado mejorar, siquiera mantener, la infraestructura realizada. En algunos casos han desmantelado los servicios específicos de la bicicleta. Todavía hay ciudadanos que tienen algo personal contra la bicicleta por la ciudad. En una población también creciente de ciclistas urbanos, un porcentaje menor, pero notorio, les da la razón: gente cafre o invasiva, u obsesa del ring-ring justiciero; también novatos inseguros. Un porcentaje que aventuro similar al de los que escupen en la acera o tiran todo al suelo: un porcentaje menor. Para suavizar estas tensiones, los ayuntamientos, con cualquier composición de partidos, deben asumir la conservación y la promoción del patrimonio ciclista conseguido. Y también establecer y señalizar las normas mínimas, pero claras, de su circulación, sin hacer pagar por este u otro concepto a un vehículo que no es a motor, y no mata más que matan los tropezones, y mucho menos que los coches o motos. Como sucede con los esputos, los claxonazos, las colillas o los saraos en la calle, lo que mejor regula es la educación, o sea, el respeto. Así en la bici como en el coche o a pie.

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