Los mitos no se destruyen, se transforman como la energía. Pero hay unos, como la salud, que resiste todos los cambios sociales y políticos, todos los cataclismos y religiones. Para recordárnoslo hoy es el Día Mundial de la Salud, cuya pretensión es que tengamos una vejez sana y larga y veamos cómo van muriendo todas las personas que nos importan, mientras nosotros seguimos viajando y yendo al gimnasio con ánimo alegre y espléndido aspecto. Los jóvenes también deben preocuparse por la salud, pero cuando vienen a darse cuenta de que deben hacerlo ya no son jóvenes. Las enfermedades atacan a los viejos, organismos cansados y gastados que han cumplido su ciclo vital, lo mismo que las ágiles fieras carnívoras atacan a los lentos rumiantes enfermos y ayudan a la selección natural. No quiero parecer cruel, es que la naturaleza lo es y no parece que vaya a corregirse.
El mito de la salud es antiquísimo y existe desde que la especie humana se preguntó por primera vez sobre la razón del dolor y la injusticia de la muerte. En las tierras del Preste Juan de las Indias hay "una fuente de eterna juventud cuyas aguas curan las enfermedades y dan la inmortalidad; allí no existe el pecado ni la pobreza, y nadie roba ni miente." Salud del cuerpo y del alma juntas. Lástima que no hayamos dado con ellas por más que papas y emperadores enviaron embajadas a buscarlas. El imaginario colectivo ha creado islas maravillosas de la felicidad que se alejan o desaparecen cuando estamos cerca de alcanzarlas, y geografías laberínticas e implicadas, caminos hacia el paraíso perdido que nos espera intacto. Mitos de la salud, que comportan ausencia de dolor y preocupaciones, de ansiedades y dudas. El éxito antiguo de astrólogos, adivinos y taumaturgos llega hasta nuestros días.
La salud moderna quiere estar en consonancia con la razón, y así no hay manera porque siempre se tuerce algo. Tal vez los progresos de la genética nos darán listas al nacer de los riesgos que corremos, o suprimirán el gen maléfico. De momento seguimos con ideas tradicionales: en época de hambres cíclicas, la comida era la salud; en tiempo de abundancia, la salud es comer apenas de todo lo que no nos gusta. El reposo y la vida muelle nos auguraban una larga vida y ahora nos matan. Desde la juventud incipiente se nos aconsejan métodos para vivir mucho, a cambio de renunciar a los arrojos propios de la juventud, cuando la solución a las enfermedades y al deterioro de la vida debería venir de fuera, como fue siempre: buscando las tierras del Preste Juan y las islas paradisíacas, consultando oráculos y taumaturgos, que son los actuales médicos, químicos y farmacéuticos, obligados a descubrir fármacos milagrosos sin que para vivir tengamos que renunciar a la vida.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios