HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Los monstruos

Para defendernos del miedo causado por ciertas acciones humanas que nos parecen deshumanizadas, llamamos monstruos a quienes se exceden y, a quienes no llegan a monstruos, locos. No queremos reconocernos expuestos a los instintos más bajos de la especie si no tenemos una formación moral bien asentada para impedírnoslo, y aun así no es prudente confiarse. Sólo los humanos tenemos facultad para deshumanizarnos, luego no es tal deshumanización. El último gran "monstruo" de nuestro tiempo ha sido el austriaco que secuestró a una hija suya en el sótano de su propia casa, después de hacer él mismo obras de insonorización y puertas secretas, la tuvo encerrada varios años y tuvo hijos con ella. Confiamos en que salga muerto de la cárcel. El pasado abril murió el último de los tres monstruos de Florencia, Mario Vanni, unos de los tres campesinos semianalfabetos que acechaban a las parejas en los campos de los alrededores florentinos y las mataban con enseñamientos que no es de buen gusto relatar.

Casi todos los días leemos en los periódicos noticias de monstruos más o menos monstruosos y nos tranquiliza saber que en algunos países vecinos nuestros, y muy civilizados, hay cadena perpetua para ciertos delitos. En España no la hay porque las autoridades del buenismo más ingenuo han aprendido oraciones laicistas para impetrar la conversión de los monstruos en ciudadanos arrepentidos y benéficos. "Ponga un monstruo en su vida", será el eslogan para que las empresas y los particulares les den trabajo a los rehabilitados de la crueldad más feroz y espeluznante. El hombre es olvidadizo y crédulo, pero hay delitos que no perdona: los que le gustaría cometer y los que no cometería jamás y despiertan sus miedos ancestrales. No sé si de verdad hay estudiosos del comportamiento humano que creen en la rehabilitación de depravados y degenerados repugnantes. Muchos políticos dicen creer, pero debe ser mentira.

El Talmud dice que con las mentiras se puede ir muy lejos, pero sin esperanza de volver. El crimen, por monstruoso que sea, es barato en España, regalado si el criminal es menor de 18 de años, y es posible encontrarnos por la calle con asesinos y violadores. El sentido natural de la justicia que, menos ellos, todos tenemos lo soporta mal. Los gobiernos tienen facultad para dar leyes confiando en la buena fe de los monstruos, si es que la tienen, en su arrepentimiento y en su particular camino de Damasco. Pueden dar leyes que inviten a la libertad sin freno sin explicar qué es la libertad. Pueden derogar todas las leyes represivas y todos los códigos morales; pero, si no se apresuran a inventar otras formas de represión y no imponen otra moral, no hay esperanzas de volver de las mentiras que nos han llevado tan lejos. La cadena perpetua sería una condena generosa, mientras esperamos el milagro de la conversión de los monstruos

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