Alberto Núñez / Seoane

Las motivaciones de los políticos

Tierra de nadie

SON los responsables de muchas de las cosas que nos suceden. En ellos recae la responsabilidad de administrar el dinero que casi todos pagamos con el esfuerzo de nuestro trabajo. De los recursos que ponemos en sus manos, dependerá que nuestras necesidades sean atendidas, que nuestras condiciones de vida sean las adecuadas, que las infraestructuras imprescindibles para el desarrollo de nuestra sociedad estén aseguradas, que nuestra seguridad sea suficiente, que nuestro futuro tenga opciones. Nadie les obliga a aceptar el puesto al que optan, nadie, más que ellos mismos y sus ambiciones; a veces sanas, a veces desproporcionadas, a veces delictivas.

Es muy preocupante, a medida que el tiempo va pasando y conforme vamos comprobando las enormes carencias de los líderes que nos gobiernan, que podamos entregar nuestra confianza a las personas equivocadas, porque las consecuencias de un error como este las pagaríamos nosotros y también nuestros hijos, además, caso de darnos cuenta a tiempo, tardaríamos mucho tiempo en poder enmendarlas.

Resulta imposible, si nos atenemos a la pantomima que suponen la mayoría de las campañas electorales, poder basar nuestra elección en las vanas promesas de unos candidatos que sólo piensan en sus intereses, que no acuden al foro de la política con el afán que se le debería suponer a cualquiera que optase a practicar el noble arte del gobierno de las comunidades, sino que lo hacen, bien para satisfacer su ego, bien para medrar en los entresijos del poder, bien para alcanzar y gozar de las prebendas que ese status les puede procurar.

¿Qué hacer, entonces, con nuestra responsabilidad como electores, como gestionar con prudencia y firmeza, el derecho a elegir a los futuros administradores de nuestro mañana? La solución, ni es sencilla, ni está exenta de riesgo, pero si tratamos de utilizar la sensatez, la deducción y la responsabilidad, probablemente nuestra decisión nos va a procurar más satisfacciones que desengaños. Lo que no debemos hacer, es dejarnos llevar por el corazón, el rencor, la venganza o la dejadez. Nuestro voto es importante, y mucho. No lo dice un político, lo dice el sentido común que proporciona la experiencia.

Cada cual puede hacer con su vida lo que le venga en gana, siempre que no dañe las vidas de los demás. El hecho diferencial que nos ocupa, es que el trabajo al que los políticos dedican una parte, importante o no, de sus vidas: la política, implica, por la propia esencia de su cometido, una repercusión directa e inmediata en los aconteceres cotidianos del resto de los ciudadanos. Es por esta circunstancia por la que todo el empeño que seamos capaces de poner en averiguar cuales son los candidatos idóneos para regir los destinos de la sociedad a la que pertenecemos, resultará bien empleado.

Démonos cuenta que el atractivo que "la cosa pública" ejerce en muchas, sin duda demasiadas, personas, es inmejorable caldo de cultivo para atraer a toda una variada fauna de individuos sin escrúpulos: trepas impenitentes, codiciosos incontinentes, sin vergüenzas crónicos, vanidosos recalcitrantes, déspotas obstinados, mentirosos compulsivos, y un largo y desolador etcétera.

Eso que se ha dado en llamar "la erótica del poder" convoca también a los inútiles, ineptos y torpes, incapaces de conseguir, por méritos propios, un trabajo con el que ganarse el sustento, no digamos la notoriedad -mal entendida- pública. Les resulta mucho más fácil, aunque no debiera ser así, medrar en el terreno de "lo público" que, al parecer, no exige un mínimo de cualidades para admitir a los que van a ocupar posiciones en sus filas.

Nuestros intereses no los va a defender nadie más que nosotros mismos y el único medio que "el menos malo de los sistemas políticos", la democracia, pone a nuestro alcance para intentar conseguir que los derechos de todos sean respetados y la convivencia sea medianamente soportable; es elegir a personas cabales y coherentes, capaces de representarnos con honestidad y lealtad.

Esa es nuestra responsabilidad, debemos diferenciar cuales son las motivaciones que mueven a los aspirantes a políticos, a presentar sus candidaturas y, de acuerdo con ellas, votar a los que ciertamente merezca nuestra confianza. Si no lo hacemos, no nos quejemos luego.

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