La noticia sonaba rara desde el principio: una señora mayor usando velas en su dormitorio. La vela que cae sobre la cama, y el incendio que acaba con la vida de la señora. Las primeras informaciones no decían más, pero se veía venir. Y efectivamente: a la mujer le habían cortado la luz. También le habían cortado el agua, aunque este suministro se lo habían restablecido unos días antes. Pero la luz no, las empresas privadas que ahora gestionan nuestra red pública (y un recurso público como es la energía) no titubean: si el usuario no paga se corta la luz.

La mujer ha muerto de pura pobreza. De las consecuencias de esa pobreza. Eso no hubiera ocurrido hace unas décadas, pero esta crisis maldita nos ha devuelto escenas del pasado. Es una especie de castigo por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Porque seguro que esa señora de 81 años de Reus vivía por encima de sus posibilidades, en plan cruceros, vehículos de lujo, vacaciones en la nieve, mucho caviar y marisco… Y de aquellos excesos estos cortes de luz.

Pero sigamos mirando: alguien llegó un día a cortar la luz, posiblemente un trabajador al que le han dinamitado sus derechos laborales, su salario, posiblemente un trabajador subcontratado. Y detrás del trabajador una contrata, luego quizás otra, y al final de la cadena una gran empresa eléctrica, de esas que están emitiendo las facturas más altas de toda Europa. De esas que tienen sentados en sus consejos de administración a los mismos tipos que firmaron leyes que las beneficiaron torticeramente.

Porque esa vela no se ha caído sola, esa mujer no ha muerto por una fatal casualidad, sino por un cúmulo de causalidades, orquestadas y ejecutadas para acumular riquezas que previamente se arrebatan a otros: a la pensionista fallecida, al trabajador que corta la luz… Eso es lo que necesitamos entender: que esta muerte, y tantos desahucios, los trabajadores pobres, los enfermos desatendidos, los subsidios recortados… todo ese paisaje con el que hemos aprendido a convivir como si fuera inevitable, pues todo eso no es un castigo sobrevenido por nuestros excesos, sino un plan premeditado para justificar los suyos, los de esa mafia que ha redactado según qué leyes, y ha llevado las cosas hasta este punto, en el que la gente termina viviendo con velas, y muriendo por ellas.

Ya sé, ya sé: soy un demagogo. A nadie se le ocurre tratar de relacionar una vela que se cae con una ley que se firma para beneficiar a grandes empresas eléctricas. Así que retiro lo dicho, me apeo de esta demagogia barata. Esa mujer ha muerto porque es una descuidada que no pagó sus facturas.

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