Si no fueran ridículos, darían susto. Es cierto que la cosa no es para tomarla a broma, pues andan en juego cuestiones capitales como la soberanía popular y el propio parlamentarismo, la economía del país y las libertades personales, que se dice pronto. Pero no es menos cierto que en el fondo resulta hasta enternecedor todo este espectáculo que están brindando al mundo los separatistas en Cataluña.

Enternecedor, digo, porque cuando los vemos en sede parlamentaria comportándose, no como se espera que se comporten los representantes legítimos del pueblo, sino como párvulos a la hora del recreo, jugando a cambiar el curso de la Historia -pero como si la seño hubiera tenido que salir un momento y aprovecharan su ausencia para escribir palabrotas en la pizarra-, más que miedo, sinceramente, lo que dan es lástima.

Es gracioso escucharles hablar de la desconexión de España como quien habla de subirse a un árbol a coger un gorrión. Proclaman la independencia igual que esos mocosos que planean escaparse de casa y después de meter en la mochila un yogur, galletas de chocolate y una camiseta del Pato Donald, emprenden la huida de un hogar al que jamás volverían si no fuese porque a la media hora una vecina que los vio en el parque los trae de vuelta tiritando de frío.

Tan graves han sido las violaciones de la legalidad cometidas esta semana en nombre del nacionalismo, que hasta hay quienes hablan de golpe de Estado. Pero ahí pierdo pie, porque los golpes de Estado suelen ir ligados a gente peligrosa de verdad. Pienso en Pinochet, que no se andaba con bromas y lo único que tenía de payaso era el apellido; o en Tejero asaltando las Cortes a tiros mientras esperaba la llegada de los tanques. Y a su lado, afortunadamente, todo esto de Cataluña suena más a cachete en el culo que a golpe de Estado. Aunque la intención sea parecida (cambiar el orden de cosas sin someterse a las formalidades democráticas ni a las apreturas de la ley), hasta ahora no se ha visto ni al vicepresidente del Govern interrumpir los debates parlamentarios a balazos, ni a la señora Forcadell improvisando calabozos en el Liceu para retener a los miembros de la oposición.

Crucemos los dedos pero, dentro de la gravedad, todo parece indicar que van a seguir jugando al separatismo como quien juega a las casitas, así que me gustaría recordar a quienes ya están reclamando que la Legión tome las calles de Barcelona y los paracaidistas nublen el cielo del Ampurdán (porque siempre habrá amigos de matar las moscas a cañonazos) que a los críos, cuando hacen trastadas, no se les manda el ejército. Se les deja sin postre.

¿Habrá algo más humillante para estos héroes del separatismo con babero que meterlos en la cárcel? Claro que sí: recluirlos en un centro de menores y hacerles copiar mil veces que con la política no se juega. A ver si así aprenden.

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