EN pura lógica cabría deducir que la apelación episcopal a los católicos de cara al 9-M supone en la práctica una llamada al voto en blanco o la abstención. Si no se debe votar, en su opinión, a partidos que negocien con terroristas o acepten el divorcio y el aborto, no habría que votar a todo el arco parlamentario en su conjunto.

Ni siquiera al Partido Popular, que quiso negociar con ETA durante su gobernación y que no piensa tocar para nada la legislación vigente que permite el divorcio ni la ley del aborto, que se compromete a aplicar con rigor, no a modificar. He oído también a Mariano Rajoy anunciar que si sale elegido dejará intacta la esencia de las uniones entre homosexuales, salvo el nombre (no serán matrimonios).

Siendo así, si ha sido el Partido Socialista el que más aludido se ha sentido por la nota episcopal-electoral debe ser por algún motivo serio. Probablemente porque los obispos le han dado al Gobierno Zapatero una legislatura de movilizaciones nunca vista en la historia democrática y ellos, los socialistas, deducen que desgastarlos a ellos equivale a favorecer el triunfo electoral del PP, única alternativa viable hoy día. Probablemente, también, porque el PSOE ha encontrado en la enemiga de la jerarquía católica el elemento de movilización y agitación que estaba necesitando.

Los expertos del PSOE, en efecto, observan noticias inquietantes. Comprueban que el electorado de centro-derecha se encuentra en perfecto estado de revista, agitado y compacto, dispuesto a no fallarle a Mariano Rajoy. Los socialistas creen que el centro-izquierda es mayoritario en la sociedad, pero que para que esa mayoría se refleje en las urnas hace falta que esté movilizado, que no falle el 9-M, que aparque el desencanto ante lo mucho que se juega y que deseche opciones minoritarias y se vuelque con Zapatero. Requisitos, todos ellos, que se cumplirían si se perfila en el horizonte una amenaza de involución política, y qué peor amenaza que la que representaría una derecha confesional, y confesional del actual Papado.

Sospecho que la toma de posición, tan explícita y aventurada, de los obispos se puede volver en contra de lo que los obispos defienden. No se sabe cuántos de los millones de votantes del PSOE son católicos practicantes o no practicantes, pero seguro que muchos, y las razones por las que lo votan van a seguir pesando en ellos más que los argumentos de sus pastores. Si no convencen a la grey propia y contribuyen sin querer a agrupar a la del partido cuya política ha rechazado, durante años en la calle y ahora en su nota, la Conferencia Episcopal quizás va a terminar logrando el efecto contrario al pretendido. Permanezcamos atentos.

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