La columna

Ana Pielfort

El periódicodel bar

EL periódico es el primer cliente que entra en los bares, y lo hace por debajo de la puerta, sin llamar la atención. También es el primero en doblarse sobre la barra, así, tantas veces al cabo del día, como manos vayan dejando sus huellas encima, impregnadas en aceite de oliva, o de churros. Raro es el día en que, yendo de estreno, el diario del bar no acabe hasta arriba de manchas, acusando un deterioro prematuro como el de un joven decrépito, que, aficionado a ir de mesa en mesa, busca a desconocidos para contarles su historia. El desaliño de sus páginas significa un ansia, pero también una despreocupación de quien lo hojea. Tampoco es casualidad que las secciones más manchadas, por leídas, sean las que reparten suerte o la quitan: quinielas y esquelas, palabras que riman entre sí como los avatares de la vida misma.

Siendo el periódico del bar el periódico de la discordia, pues incita a la codicia de los que aguardan su turno de lectura, y aviva la polémica dentro y fuera de los organismos públicos, por más trifulcas que cuente, ha pasado a ser un bálsamo de aceite para aquellos que un buen día dejaron de salir en la foto. Quién lo iba a decir. Ahora, antiguos concejales, retirados del ejercicio público, entran en los cafés de la calle Consistorio, piden media con aceite, cogen el periódico, contemplan la portada, y lo abren con la misma profesionalidad que tienen los médicos al diagnosticar a un enfermo crónico. Los titulares informan de la readmisión de los trabajadores de Urbanismo, y la subida del catastro. Que salieran ambas noticias publicadas -explica el exconcejal a la cuadrilla que espera su turno- sólo era cuestión de tiempo.

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