Con quinientas páginas le sobró a Dostoievski para escribir Crimen y Castigo. A la Audiencia Nacional, sin embargo, mil seiscientos folios no le han llegado ni para empezar con la sentencia de la trama Gürtel, pues esta que se acaba de dictar no es más que la primera entrega de una saga apasionante que promete grandes aventuras con tesoros escondidos, traiciones seguras, amores imposibles y todo lo que se espera de una buena historia sobre piratas, aunque esos piratas no merodeen por el Caribe, sino por Génova.

Hablando de novelerías, la respuesta del Gobierno (cuando se le han exigido responsabilidades por la cantidad de basura que sale del estercolero en que se convirtió la sede del Partido Popular) es completamente previsible. Con un repertorio de excusas, a cual más tierna, repiten hasta el aburrimiento que no hay ninguna trama -ya que se trata de casos aislados-, que además todo eso ocurrió hace mucho tiempo y que a ninguno de esos señores que se quieren llevar ahora presos los conocían de nada. Lástima que nadie se trague semejantes cuentos, porque resulta conmovedor escuchar a todo un presidente del Gobierno hablar de casos aislados para referirse a un tinglado tan monumental que salpica hasta al apuntador

Es verdad que los chanchullos no siempre se cometen anunciándolos por megafonía y que el dinero negro se llama precisamente dinero negro porque circula sin dar mucho el cante. También es verdad que las cifras que se manejan en la cosa pública son tan grandes que, para dar las gracias por la adjudicación de una obra a dedo, o para agradecer una concesión furtiva, no basta con mandarle al concejal conseguidor unas entradas de circo y una tarta de arándanos. Ese tipo de favores habrá que agradecerlos a lo grande, con fajos de billetes, y los fajos de billetes, como mejor se entregan no es a plena luz del día, sino en maletines, subiéndose las solapas de la gabardina y en un callejón donde no haya mucha bulla.

Es posible que la trama no se hubiera descubierto si no fuese por la manía de gastar que tienen algunos. Como en esto del despilfarro cada cual tiene sus propios gustos, mientras había quien prefería destinar el fruto de las malversaciones a comprar confeti, otros preferían financiar campañas electorales, sin olvidar a los que no se quedan contentos hasta que no lo gastan en un volquete de putas, como decía aquel otro célebre pensador madrileño.

El problema no está en que se acabara sabiendo todo el pastel, sino en que el Partido Popular insista en que no se enteraba de nada. Y es que no parece muy alentador estar gobernados por quienes, en el peor de los casos, son unos sinvergüenzas, pero en el mejor, son unos pánfilos y unos inútiles.

Pero hay otra lectura más optimista. Si con lo que se mangonea en España, aún quedan fondos para arreglar los baches y para contratar maestros; si aún hay dinero para poner inyecciones y soltar vaquillas en las fiestas del pueblo, debe de ser porque vivimos en el país más rico del mundo, aunque no lo parezca.

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