tribuna libre

Manuel Bernal Romero / Escritor

El placer de leer y de vivir

HAY quienes hacen de la escritura una forma de vivir, pero los hay también quienes lo hacen del acto de leer. Que leer es vivir la vida de otros tampoco es ninguna novedad; lo han dicho tantos que hasta puede que resulte ya manido, pero también es cierto que puede que sea uno de los grandes atractivos de ese acto casi sagrado de introspección y silencio que es la lectura, y que queriéndolo o no, nos convierte en mirones de las intimidades ajenas. Hay también quienes convierten el azaroso acto de leer, en la puerta a los infiernos (o de la gloria, por si fuera el caso) de escribir.

Tomás Rodríguez, escritor sanluqueño afincado en Jerez, podría encuadrarse entre los autores que encuentran en la lectura otro de los caminos que le llevan hacia su propia actividad creadora, asumiendo que todo lo escrito quizá sea un libro único que a manera de gran diario (su amigo Juan Carlos Palma dijo de Tomás es fundamentalmente un escritor de diarios) en el que ha sido escrito lo mejor y lo peor de nuestras vidas, de nuestras historias y de nuestra historia, quizá hasta creerse a la par y de una vez que la vida es ser "todos los lectores" (pág. 20) y que no es un imposible equiparar "la vida a la literatura" (pág. 138).

Su libro reciente 'Escribir la lectura' (Editorial Sistolá) es una muestra de ello, pensé escribir 'una prueba de ello' pero caí en la cuenta de que incluso su título ya lo anuncia. La lectura (sus lecturas) asumida y recreada para los adentros tuvieron un fiel reflejo en su blog Trópico de la Mancha (http://tropicodelamancha.blogspot.com.es/), un espacio que a estas alturas sigue vivo y en el que persiste el escritor elucubrando con la vida leída, pero también con aquella que se sufre, goza o sueña. Un universo de palabras que llegó a las páginas de un libro desde el sugerente mundo de la red, para insistir en preguntas, reflexiones, a veces profundas y muy meditadas, pero también livianas y a flor de piel, como reflejo del enfrentamiento de todas nuestras pasiones: "¿A qué viene un escritor a contarme en trescientas páginas lo que puedo ver en dos horas (en el cine o la tele)? Claro, luego existe un componente que los diferencia. Se llama literatura" (pág. 55). Un componente que sin embargo no será relevante para una inmensa mayoría y un hecho que no es ajeno al autor. ¿Pero no es el cine también otra forma de contar aunque el soporte no sean las letras? ¿Podemos en los días que corren pensar que la literatura es solo la que cabe en los libros?

Sabe el escritor también que la realidad a veces para quienes escriben, como para los que no, es siempre difícil. Pero sabe también que el escritor de a pie es casi invisible en un mundo en el que el mercantilismo, el Dios Mercado, abre y cierra puertas, pero también destroza voluntades y abona campos baldíos en los que no crecen más que los intereses empresariales: "Si eres joven y no has publicado o ganado o participado en algún premio no existes para nadie, sólo para el que se entrega a diario en el compromiso" (pág. 147).

En Rodríguez Reyes y en este libro confesionario la literatura se hace carne, y mejor que carne, alimento fundamental, fervor, reflexión y alegoría de la vida misma con todos sus alicientes y con todas sus controversias y derrotas, sabiendo que "a veces el fracaso es una tentación a la que debemos acudir necesariamente para asegurarnos de que es en él donde mejor nos entendemos" (pág. 41). Y que en él confluyen todos los ríos que lo llevan, todos los fantasmas que le acompañan en sus soledades, todos los intrusos que ha colado en su vida, todos los fingidores que le han prestado la careta y los ojos para mirar de una manera diversa: Borges, Vila-Matas, Heigdegger, Cervantes, Trapiello… Espectros que son sin duda la buena compañía de un escritor culto y reflexivo, interesante en un país en el que los que leen son pocos y muchos los que repiten.

Por todo, quizá lo mejor para animar a la lectura de este libro, sean las palabras con las que Antonio Colinas abre el prólogo del mismo: "El placer de leer lo leído es lo que el lector sentirá al abrir las páginas de este libro, al irse sumergiendo en ellas".

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