HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La pobreza

CADA año no puedo menos de alegrarme cuando en el santoral laico leo: Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza. ¿Quién no la desea? La pobreza no es sólo vivir con poco o con casi nada, sino el no tener ciertos bienes superfluos: educación, libros, tiempo libre para charlar con los amigos, aprender a tocar un instrumento musical y, en fin, tiempo para adornar la vida con actividades que no sean la de pensar en qué se va a comer hoy. La pobreza es relativa y tiene sus grados, como la riqueza. Somos pobres en comparación con los ricos, pero somos ricos en comparación con la miseria. Y en el mundo hay mucha miseria material y espiritual que el erradicarlas no pasa de ser un alto deseo moral de las instituciones internacionales por su mala conciencia o por el cinismo de los países ricos. Las asociaciones dedicadas a suavizar las miserias del mundo son como las lloviznas en el desierto del Sahara.

En el hombre la pobreza peor es la que no deja tiempo para nada sino para procurarse alimento sin conseguirlo siempre, como los animales que acechan y ven frustrada su caza muchas veces. La pobreza que degenera en embrutecimiento, en estrechamiento del alma y de la mente. Hacen falta varias generaciones de hambre para que nazca un tipo humano, físico y mental, degradado por la necesidad y la malicia. Tener poco no es pobreza, si se sabe vivir con dignidad y decoro, aunque estas virtudes ya no se enseñan. En los países ricos se buscan pobres que no lo son en realidad y se les ayuda a pagar el coche, proporcionarles un móvil o un televisor nuevo, necesidades creadas. En los países en verdad pobres, los atrapados en la miseria no necesitan más que comida. Albergo dudas de que los grupos dedicados a la redención y a la "solidaridad" con los más pobres de mundo remedien algo. Se remedian a sí mismos.

Tenemos una caridad laica, que se ha intitulado "solidaridad", sin conocer el significado de la palabra, y una caridad religiosa que mantiene su nombre latino, pero a punto de abandonarlo. La Iglesia, si le conviene, es como las gallinas cuando nacen pollitos: primero va ella delante y los hijos detrás; pronto los pollos crecen y corren delante de su madre que los sigue angustiada. Las organizaciones caritativas religiosas empiezan a llamarse oenegés, y las expresiones "limosna, compasión y caridad" desterradas de su vocabulario. Acabamos por no entender a qué pobres hay que atender: si a los que no tienen ordenador o a los que no tienen arroz ni pan. De todo esto lo que se deduce es una picaresca escandalosa: los gobiernos de los países con pobres se quedan con buena parte del dinero que se les da para sus súbditos en precario; en los ricos, se gasta el dinero en móviles o en cursillos inútiles. Los pobres más pobres, mientras tanto, se mueren de hambre.

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