El político intelectual

Si Torra es racista, lo es a la manera grosera del 'hooligan', y no como un improbable Barrès con barretina

Dice don Agustí Colomines, doctor en Historia y nacionalista abismático, amén de propietario de un extraño sentido del humor, dice don Agustí, repito, que el señor Torra es un valioso ejemplo de político-intelectual, de clara estirpe liberal, cuyas bondades no han sido justamente valoradas. ¡Hombre, don Agustí, no sea usted tan severo! ¡Claro que hemos valorado las virtudes del señor Torra! ¡Y mucho! ¡Muchísimo, si me lo permite! Pero no sus virtudes políticas, que hasta el momento se desconocen, y tampoco su raigambre liberal, ciertamente inexistente. Lo que la sociedad española ha valorado, a un lado y al otro del Ebro, y no sin cierto estupor, es su particular concepción de la política. Una concepción que, más que intelectual, cabe definir como biológica, y cuyo lugar se halla entre el viejo etnicismo decimonono y el darwinismo social que inauguró el propio sobrino del señor Darwin.

No hay tiempo ahora para preguntarnos si un historiador puede ser nacionalista, o viceversa, sin que la Historia misma se marche por el desagüe. Uno sospecha que se es nacionalista o se es historiador, siempre por separado, y aduzco como ejemplo al propio señor Colomines. No obstante lo cual, y volviendo a la estrecha e ininteresante figura del señor Torra, hemos de confesar que es su faceta intelectual aquello que más nos inquieta. Y no sólo por su deplorable escritura, que manifiesta un escaso hábito cultural, sino por la calidad y la consistencia de sus ideas, que ya habían periclitado irremediablemente cuando el XX aun no había llegado a su mitad. Debemos, pues, precisar que si el señor Torra es racista, lo es a la manera tosca y grosera del hooligan, y no como un improbable Barrès con barretina, dado que el vago cientifismo que siempre acompañó este tipo de ensoñaciones hoy es francamente insostenible. Por otra parte, y llevando sus teorías a la parte práctica, uno no acaba de ver la superioridad racial del señor Torra; de ahí que quepa preguntarse, legítimamente, "¿superior a qué?", cuando el señor Torra habla de una raza superior, como quien habla del ornitorrinco de Linneo.

Aun así, no es la manifiesta, la corrosiva y hosca inanidad intelectual del señor Torra aquello que debiera preocuparnos en mayor modo. Lo preocupante es que una porción de la población vea en su figura algo así como un ángel flamígero, heraldo de la democracia, y no el siniestro pregonero que en realidad es, grímpola y gallardete del más romo autoritarismo.

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