Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La prosodia delatora

La Costa de la Muerte es el extremo noroccidental de la Península, una cornisa de abruptos recovecos y rías de Galicia que hizo de la desgracia del vertido del Prestige una forma de resurrección, y en las radas al abrigo de la galerna inclemente, donde hubo chapapote y, eso, muerte, hoy las merluzas se pasean por los rompeolas. El olvido y la desolación pueden propiciar, con el tiempo, un saludable barbecho, y una cierta protección de la avalancha humana en bermudas. Sucede, por ejemplo, en las costas del Estrecho, donde militares y Levante han sido unos conservacionistas impagables. Merluzas y rapes junto a la orilla, eso nos dijo un paisano en una aldea que quedó olvidada por el desastre tanto para lo malo como para lo bueno. De hecho, y es lo que vamos, a ese anciano y a otros con los que nos íbamos topando se les hacía difícil hablar castellano aunque hacían un esfuerzo por hablarlo y ser amables, a diferencia de los estrategas de la identidad y la diferencia.

Por ejemplo, barceloneses, urbanitas plenamente bilingües que, aunque hablen el idioma común como los ángeles, fuerzan el acento del terruño hasta la impostura más cómica, como balbuciendo la lengua invasora. Es una versión por lo fino de la forma de pronunciar moranquiana que tanto condiciona, qué arte omaíta, la consideración de los sevillanos, y por fatídico ende, del resto de andaluces más allá de Despeñaperros. Sí, también hubo un Eugenio de prosodia catalana radical. La diferencia está en este caso, más que en habla denotativa del origen, en la sutileza y el calibre de la sal. Y eso no es moco de pavo. Gente que en cuantito puede se marca un momentazo saleroso ante el público foráneo, actores de la causa que hacen la performance sin cobrar, por amor al arte, a un arte que no se puede aguantar. Para apuro y escozor de entrañas de otros que, orgullosos del habla del sur que es la de sus mayores, sufren ese hándicap antropológico, esos kilos extras en la mochila de la convivencia autonómica. Carlos Cano, Antonio Banderas, Fernando Quiñones o Alfonso Guerra han dignificado la lengua -las lenguas- andaluza. Una forma tan singular y variopinta fonéticamente como respetuosa de la lingüística española del que es dialecto. La más respetuosa de todas las formas dialectales con la regla gramatical. Se puede tener simpatía, chispa y ser divertido -o no serlo, oiga- sin militar de figurante voluntario, sea como moro de la morería, epígono de Lola Flores o romero del año. Como diría el genial Fernando Tejero, actor cordobés, un poquito de por favor.

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