Gooool!!! Había que ver los saltos que daba ese hombre después de que marcara el Betis. No quedaba mucho partido, pero el rival estaba apretando tela, así que, cuando el Celta empató, todo el mundo en el bar se quedó de piedra. Todos menos el señor que había dado tantos botes cuando marcó el Betis, pero que ahora los daba porque el Celta había metido. Es lo que tiene el mundo de las apuestas: si alguien se juega el propio dinero a que en un partido van a meter más de cinco goles, lo que menos le importa es que esos goles los marque el de casa, los meta el otro o se los saque el árbitro de la manga. Esas cuestiones se han quedado ya para los románticos.

Lo que cuenta es que el resultado coincida con el pronóstico que haya hecho uno. Por eso las reglas de este juego son tan desconcertantes. En las apuestas, a lo mejor se gana cuando tu equipo pierde, o cuando el boxeador por el que has apostado tira la toalla antes del quinto asalto (siempre que hayas apostado a que ese saco de patatas iba a tirar la toalla, naturalmente).

Y claro, desde que Aristóteles descubrió que la vida está preñada de posibilidades, aquí no hemos parado de hacer apuestas: lo mismo al resultado de una pelea de gladiadores que a una partida de dardos; a que llueve el miércoles o a que no cae ni gota. De hecho, nadie concebiría ir al hipódromo simplemente para mirar cómo corren unos caballos. Y como aparte de las carreras, en los hipódromos hay gente que lleva todo tipo de objetos en la cabeza, es bastante normal también que se hagan apuestas (a ver de qué color será este año la pamela que lleve a Ascot la duquesa de Cambridge y otras cosas por el estilo.)

Los ingleses nos llevan mucha ventaja en ese terreno y apuestan prácticamente a todo lo que se menea. Por eso, cuando el portero suplente del Sutton United, con más de cien kilos de peso, sacó su bocadillo de filetes para hincarle el diente mientras se jugaban una eliminatoria contra el Arsenal, los que habían apostado a que el muy tragón no iba a aguantar los 90 minutos sin zamparse la merienda, ganaron sus buenas libras, ya que esa apuesta en concreto se había cerrado ocho a uno.

Con las cifras mareantes de dinero que mueven las casas de apuestas, es normal que un tipo gordo caiga en la tentación de comerse un bocadillo para amañar el resultado. O que unos jugadores como los del Eldense -que milita en la Segunda División B española- se presten a encajar una docena de goles a cambio de un buen pellizco por hacer teatro sobre el césped.

Lo malo de estas fullerías está en que, como se apuesta por casi cualquier cosa (desde los resultados de unas elecciones al Congreso hasta los del Festival de Eurovisión) ya no se fía uno de nadie y empieza a sospechar, no sea que, igual que el gordo que se comió el bocadillo para amañar una apuesta, otros asuntos de más alcance -como el Brexit, los bombardeos sobre Siria o el atentado de Estocolmo- oculten también el amaño de alguna apuesta. Macabra, pero apuesta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios