Algo para recordar

Lo que ocurre en Cataluña tiene una gravedad que merece un hueco en nuestra memoria como nación

Mi primer recuerdo político es la muerte de Franco. Me veo viendo la televisión con pantalones cortos entre la gravedad contagiosa de mis mayores. Eso, luego, me ha inmunizado contra cualquier intento de nadie de paralizarme espetándome un "franquista" de los que aquí se lanzan por cualquier cosa. ¡No puede ser: si yo empecé en política viendo, con seis años, su entierro!

He preguntado y algunos más jóvenes que yo tienen el primer recuerdo en el golpe de Estado de Tejero y, más jóvenes aún, en la gran victoria electoral de Felipe González. Los niños, según se ve, se percatan perfectamente de los hitos históricos. No es algo nuevo. En la Edad Media los ponían en primera fila cuando se inauguraba una catedral o venía un rey y, además, les daban un sopapo nemotécnico, como representantes privilegiados de la memoria colectiva del pueblo.

A mis hijos yo les voy a poner la mano encima del hombro, nada más, pero sí los quiero poner el domingo conmigo en primera fila frente a la televisión para que vean el aquelarre electoral. Será algo para recordar. No es talmente un golpe de Estado, como se repite tanto, pero sí un golpe al Estado. La otra variable es el golpe del Estado, el que éste tendría que devolver con toda la ley en la mano abierta, y aún lo estamos esperando.

No sé cómo acabará esto (y fíjense que esta incertidumbre nuestra ya es un resultado inquietante, que debería pesar en la conciencia política del responsable), no lo sé, pero creo que, pase lo que pase, merece la pena que mis hijos de siete y seis años lo guarden como su primer recuerdo político. O se romperá España, una nación antiquísima, con muchas más luces que sombras, un proyecto de convivencia y, antes, de civilización, que forjó el mundo tal y como es hoy. O podremos decir, ojalá: "Hasta aquí llegó la marea centrifugada de los nacionalismos. Fue tan fuerte que al final hasta los más reacios tuvieron que reaccionar".

Los que se quejan tanto de la sobredosis informativa sobre el proceso catalán sólo tienen disculpa si su queja es un comodín coloquial, un tic. La gravedad de lo que ocurre, tanto desde un punto de vista histórico como político, no es para que nos cansemos a las primeras de cambio. Todavía nos queda bastante. Esto marcará el futuro nuestro y el de nuestros hijos. Esperemos que, por como acabe, ellos lo puedan recordar con una sonrisa y una anécdota con moraleja, y no con una elegía.

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