Nosé a qué viene tanto alboroto con el hoy archifamoso chalet de Pablo e Irene en La Navata. El universo podemita se rasga las vestiduras como si la decisión de la pareja constituyera el pecado original de una ultraizquierda cuyos líderes -sobre todo cuando alcanzan el estatus de supremos- tradicionalmente han mantenido una relación paradójica con el lujo y el dinero. Basta con ejercer mínimamente la memoria para descubrir que Iglesias y Montero no han hecho sino lo que aprendieron de sus mayores. Se sabe, por ejemplo, que el mítico Marx vivió gran parte de su vida -y vivió muy bien- gracias al caudal de su familia, a la que sableaba sin remordimiento, y, gastado éste, del de Engels, mecenas fiel, multimillonario y definitivo de sus revolucionarios escritos. Tampoco Lenin tuvo una trayectoria económica modélica: sin haber trabajado jamás, fue la pensión de su abnegada y paciente madre la que costeó sus utopías.

Más tarde, triunfante la idea, la cosa empeoró: a la miseria del pueblo nunca dejó de acompañarle la asombrosa pujanza de quienes aseguraban acaudillarlo. Para muestra, dos botones. En 2015, la revista Time elaboró un ranking de los diez personajes más ricos de toda la Historia. En un destacadísimo quinto puesto, por delante de Carnegie y Rockefeller, se sitúa José Stalin, acaso para acreditar que su doctrina, aunque reparta poco, es capaz de generar increíbles fortunas. De la zona oriental del invento, dos titulares: "Setenta delegados del Partido Comunista chino acaparan un patrimonio neto de 66.700 millones de euros"; "La familia de Mao Zedong también figura en los papeles de Panamá". Saque el lector sus propias conclusiones.

Añadan los 800 millones de euros que, según Forbes, atesoró Fidel, la existencia desahogada que llevó Chávez o los centenares de satrapías que florecieron y florecen a la lumbre de la dictadura del proletariado, y ya me contarán si el embrollo de Galapagar no les resulta una bobada, un pecadillo venial que tiene mucho más de precipitación que de incoherencia.

Éste sería quizás mi único reproche: a los Iglesias les ha podido la prisa, han hecho cantar demasiado pronto a la gallina. Establece el catón comunista que primero el poder y después la opulencia. Y adelantarse es un error de bulto que, para ellos, tal vez termine sacrificando las muchas dádivas del esperado reino por el burgués y reaccionario capricho de un terrenito con hipoteca, jardín y piscina.

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