La tribuna

eugenia Jiménez Gallego

Por no repetir la historia

LOS casos de acoso escolar con final trágico que nos han golpeado desde los medios han removido nuestras conciencias. Y a los padres de hijos con edad escolar nos han llenado de terror.

Todo este terremoto ha dado su fruto. Ahora tenemos en los centros protocolos más claros para detectar e intervenir en estas situaciones. Y se aplican medidas preventivas: tutores, organizaciones de voluntarios y hasta la policía tienen sesiones con el alumnado para orientarles sobre cómo actuar. Queda por hacer, pero gracias a la denuncia social hemos avanzado.

Precisamente porque los casos de maltrato entre iguales nos interpelan desde cada foro, hoy yo vengo a hablar de todos los demás. De todas las otras situaciones de conflicto entre menores que no deberíamos englobar en esa etiqueta, por no intervenir de forma equivocada. Porque usar la palabra acoso en vano terminará robándole el sentido. Y eso no nos lo podemos permitir.

Según la Resolución 26/9/2007, que establece en Andalucía el protocolo de actuación ante el acoso escolar, éste implica intención, repetición en el tiempo y desequilibrio claro de poder. Y subraya que "es importante no confundir este fenómeno con agresiones esporádicas entre el alumnado u otras manifestaciones violentas…". Estos días, sin embargo, todo se confunde. Denuncian acoso las familias por una pelea puntual. Denuncian acoso aunque su hijo/a haya participado voluntariamente en los intercambios de motes, de bromas pesadas, de juegos violentos… si después se ha cansado y no ha sabido salir de esa rutina. Denuncian cuando leen los mensajes de whatsapp subidos de tono que ha recibido, sin querer saber de los que su chiquillo/a ha enviado y borrado después. Denuncian cuando los adolescentes se ven solos en un grupo con el que no conectan y se sienten heridos por miradas y sonrisas. Denuncian alguna vez, incluso, para conseguir un cambio de centro a mitad de curso cuando creen que su hijo/a se relaciona con amistades que no le convienen.

Todo ello podemos entenderlo desde el pánico que se ha desatado en este tema, desde la genuina preocupación de los padres por proteger a nuestros hijos. Y quizá en estos tiempos resulta políticamente incorrecto cuestionar algunas denuncias de maltrato entre iguales, pero creo firmemente que es necesario hacerlo por el bien de los niños. La investigación rigurosa sobre los hechos tenemos que hacerla siempre. Pero para los casos que finalmente no supongan maltrato entre iguales también tenemos que tener una respuesta.

Actualmente una de las competencias clave que hay que trabajar en educación es la competencia social. Y eso implica que los estudiantes tienen que aprender a cooperar y a resolver conflictos, porque los conflictos son parte de la vida. Bien los sabemos los adultos. Las habilidades sociales incluyen también saber iniciar conversaciones con sus iguales, valorar qué comentarios son adecuados en cada contexto, responder a críticas. Aprender a ignorar unas veces, a confrontarse otras, a unirse a otros semejantes para no resultar vulnerables.

Desde que mi hijo empezó a jugar en el parque yo tenía muy claro que no iba a mediar en las discusiones de párvulos sobre un juguete o un empujón. Si él venía llorando a reclamarme, lo que hacíamos era preparar juntos cómo frenar al otro. Asertividad -se llama-, esa respuesta que no es agresiva ni pasiva, sino firme. Sigo convencida de que esto es lo mejor para él y por tanto también para mis alumnos: tener recursos para reaccionar, analizar juntos lo que está pasando y lo que más les conviene según el tipo de problema. A veces eso incluye una denuncia, incluso en comisaría. Otras no.

Con los que van de duros, además de sancionarlos con firmeza, también hay que intervenir para que aprendan a sentirse seguros sin necesidad de atemorizar a otros. Y debemos concienciar al alumnado que actúa como espectador de la necesidad de salir del silencio y colaborar en los casos de maltrato.

De lo que no tengo dudas es de que para poder transitar este camino necesitamos a los padres, sin ellos no podemos. Sabemos que es muy duro escuchar que nuestro hijo/a también tiene que hacer cambios. Es difícil si lo hemos visto sufrir y quizá más difícil aún cuando tenemos que admitir que es nuestra criatura la que ha maltratado. Pero es la única forma de asegurar un futuro mejor para ellos, de evitar que unos acaben indefensos y otros ante un fiscal. De prevenir que después de una expulsión o un cambio de centro, termine repitiéndose la misma historia en otro escenario.

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