Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Un respeto

Los cristianos debemos exigir respeto hacia la Semana Santa pero practicando estos días con el ejemplo

La del Viernes de Dolores es una jornada en la que las calles se llenan de centenares, miles de niños y niñas que, junto a sus profesores y profesoras, acuden a visitar los templos en los que se encuentran las imágenes que estos días veremos procesionar. Muchos de ellos protagonizan también, sobre todo en colegios religiosos, pequeños desfiles al modo de los mayores con sus cofradías. Son las primeras estampas de muchas vidas cofrades y el anticipo de una Semana Santa que se vive intensamente hasta el Domingo de Resurrección. Se sea creyente o no, se siga a las cofradías o no, todo lo llena estos días la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, pues condiciona el calendario festivo, el tráfico en las calles y genera un movimiento económico muy importante desde hace muchos, muchos años. Las críticas hacia todo ello, convertidas en descarnados ataques en ocasiones, proceden de una minoría poco tolerante para la que todo lo que provenga del cristianismo y de la Iglesia es susceptible de ser denostado y hasta ridiculizado. Son los mismos que piden respeto, y lo encuentran, hacia otras opciones.

Respeto. Esta es la palabra que, por desgracia, no preside la conducta de algunos de quienes no comparten las celebraciones religiosas. Pregoneros de la Semana Santa como José Blas Moreno, o muchos otros en diferentes ciudades, han reclamado estos días, desde la educación, ese respeto tan necesario para la convivencia. Respeto a las minorías, que las hay en Jerez desde hace siglos y conviven en armonía, y también para las mayorías, sin que nadie deba imponer nada a nadie.

Pero, ojo, el respeto no cae del cielo (nunca mejor dicho), es algo que se ha de ganar día a día desde uno mismo con el ejemplo. Por eso, al mismo tiempo que hay que pedir ese respeto hacia el hecho religioso, quienes lo practicamos y defendemos debemos ser respetuosos con el mismo. Me explico. No podemos permitir que la Semana Santa se convierta en un espectáculo, en una especie de cabalgata por las calles de la ciudad en la que el sentido religioso -e incluso el meramente estético- quede relegado a un tercer plano, a un asunto folclórico o social. Hay procesiones en las que no es posible encontrar un momento de recogimiento ni en la calle más escondida durante una madrugada. Ruido, cada vez más ruido, chucherías, suciedad por el suelo... Esa es la mejor manera de conseguir que quienes están deseando atacar a la Semana Santa y, en el fondo, a la Iglesia y a los creyentes, lo tengan en bandeja (aunque en algunos casos no les haga falta). Tampoco se trata de convertir las procesiones en una clausura; existen los términos medios.

En estos tiempos, las hermandades tienen una magnífica oportunidad para mostrar al mundo el mensaje de respeto y amor al prójimo que Jesús enseñó. Una enseñanza que ha de conseguirse desde temprana edad, desde esa mañana de primavera en la que esos niños y niñas salen a la calle por primera vez llenos de curiosidad e ilusión porque llega la Semana Santa.

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