Adiferencia de lo que ocurre en Egipto, no hay constancia de revueltas populares en Suiza ni en Beverly Hills, ni parece que los habitantes de las urbanizaciones más exclusivas de Marbella tengan motivos urgentes para organizar una protesta frente al Parlamento de Andalucía. Pero hay muchos ciudadanos que tienen la sensación de llevar demasiado tiempo aceptando como normales unos abusos que son humillantes e innecesarios. Pasar los despóticos controles de seguridad de los aeropuertos, por ejemplo, o aguantar una larga cola en un banco que te cobra una elevada comisión por mantener tu cuenta, ya que hay tres ventanillas cerradas y una sola en funcionamiento, o pagar el elevado peaje de una autopista cuando llevas una hora de atasco, se convierten en situaciones que llenan de rabia justificada a los ciudadanos que saben que viven mil veces mejor que el 90% de los habitantes de este planeta, pero que aun así comprueban que están sufriendo un trato injusto y casi siempre caprichoso. Sobre todo porque esos ciudadanos saben que la casta privilegiada que controla la política y la economía está ganando muchísimo dinero a costa de esas humillaciones y de esas molestias, casi siembre abusivas, casi siempre innecesarias.

Lo bueno del caso es que los ciudadanos aguantan sin protestar -nos aguantamos todos, en mayor o menor medida-, a pesar de que conocemos los privilegios insultantes de la clase política, o la vergonzosa actitud de los banqueros que se conceden jubilaciones de 50 millones de euros, al mismo tiempo que los demás nos preguntamos qué clase de pensión recibiremos el día en que nos toque jubilarnos, si es que hemos tenido la suerte de encontrar empleo. El caso es que tenemos motivos sobrados para enfadarnos y rebelarnos, pero por alguna razón no nos atrevemos a hacerlo, así que nos tragamos la rabia y preferimos olvidarnos del asunto. ¿Por qué lo hacemos? Quizá porque sabemos que no nos servirá de nada protestar, ya que lo único que conseguiremos será que nos pongan una multa. O quizá porque intuimos que un acto de rebeldía, sobre todo si incluye el uso de la fuerza, puede ser peligroso porque nunca se sabe adónde puede llevarnos, y lo que empieza como una justificada reacción de rabia puede acabar en un frenesí multitudinario de destrucción ciega que lo único que haga sea empeorar las cosas (como quizá acabe sucediendo en Egipto). No lo sé. El caso es que preferimos no rebelarnos y agachar la cabeza, consolándonos con la idea -muy cierta- de que vivimos mucho mejor que el 90% de habitantes de este planeta. Pero esa pasividad es justamente la que permite los abusos. Y eso es lo que no deberíamos olvidar, sobre todo cuando vemos lo que ocurre en Egipto.

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