Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Cuando el silencio te delata

¿Quien calla, otorga? ¿Por la boca (sellada) muere el pez? Hay silencios prolongados que delatan a la persona. A la que los perpetra y por defecto los exhibe como un merchandising del peor yo. Hay silencios repentinos que evidencian al trasluz una cobardía manifiesta en quien precisamente alardea de ir por derecho. Hay silencios -también escritos- que, atrincherados en la avinagrada creencia de que todo el monte es orégano, fusilan de raíz una cimentada amistad de años. ¿Interesada, interesante, intramuros, exponencial? Hay silencios a los que les sale el tiro por la culata. Hay silencios que huyen hacia adelante, por infantiloides. Por dárselas de listos en la más ingente de las tontunas. Silencios que desconocen los mensajes implícitos en ‘El camino hacia Ítaca’, las prosas profanas de Rubén Darío, ‘La puerta de la esperanza’ del doctor Juan Antonio Vallejo-Nágera, ‘El libro de mis amigos’ de Henry Miller, ‘Ética nicomáquea’ de Aristóteles, ‘Vuelo nocturno’ de Antoine de Saint-Exupéry o ‘El viejo y el mar’ de Ernest Hemingway… A fin de cuentas ha de poseerse la envergadura humana suficiente para saber negarse a sí mismo, que tan urbi et orbi aprendemos -¿y aprehendemos?- en la ‘Imitación de Cristo’ de Tomás de Kempis.

Hay silencios que generan desconfianza -que escaman- por su inacostumbrado cultivo. Por su torpe -torpísima- niñería. Hay silencios que insultan al otro, al receptor, porque el silencio es una actitud en sí misma. Hay silencios que parten de un prejuicio -¡qué postura más anticristiana!- hacia la teórica reacción de terceros. O hacia un segundo, o segundos, para ser más exactos. Hay silencios que convierten a un ser estimable en un pamplina. Coronado con todas sus robustas letras. Hay silencios almendrados que podrían suscitar el perdón pero jamás los pelillos a la mar. Hay silencios que no dimanan prudencia sino ocultismo. Ocultación al bies. Una mudez que despierta tanta risa como tristeza en quien a bote pronto la detecta. Hay silencios ignorantes: pues emergen de la inconsciencia, de la falta de arrestos o de un puntual e interesado concepto de la comunicación en diminutivo. Cuando en puridad no existe asunto que no sea tratable -que no sea comunicable- desde los parámetros de la transparencia y desde los alambiques que riegan la fontana de la verdad. Entiéndase la verdad como un vaso comunicante que el pacto de sangre de la lealtad ha demostrado per se. Hay silencios que esclarecen el volátil juego de las apariencias. ¡Ay, las apariencias!Hay silencios que injustificadamente nacen presionados por otras circunstancias -por otra resentida palabrería- cuya imposición el silenciador -agachando la cerviz- no afrontó. Hay silencios peleles. Hay silencios marionetas. Hay silencios imbuidos. Hay silencios descendentes. Hay silencios teledirigidos. Hay silencios sepulcrales. Hay silencios tan absurdos, tan patéticos, como inolvidables, en su diagnóstico pronto. Silencios reveladores, silencios relevadores…Hay silencios, en su aridez mental, ahítos de cierto (filosófico) determinismo inteligente -que ahora brilla por su ausencia-. Ya indicó Georges Clemenceau que “manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”. Como así la icónica y creacionista certeza de Chamfort: “Se desea la pereza de un malvado y el silencio de un tonto”. Hay silencios insolidarios. Hay silencios a calzón quitado y silencios a calzonazos puestos -suelen intercambiarse rítmicamente sin tregua ninguna-. Quien se aferra a los silencios a calzonazos puestos padecen servilismo casero y frecuenta la vocinglería machista de cara a la galería -por puro desahogo-.

Hay silencios que quijotescamente nacen “al alba sería” y no fenecen hasta la contraorden de un neologismo cuya ortografía omito. Hay silencios in continenti trasnochados y anacrónicos, propios de unas mientes instaladas en el medievo: in diebus illis… Hay silencios domésticos que de puertas afuera reinciden en astrosas lecciones de moralina. Hay silencios ridículos como opción ridícula protagonizada por quien o quienes desde ese instante también han de ser calificados como ridículos. Hay silencios que brotan forzados al objeto de impedir el normal tratamiento de una particularidad. Cuando el silencio te delata, tu autenticidad se resquebraja.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios