Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El síndrome del 23-F

CREO que hay suficiente literatura médica para que podamos hablar del síndrome del 23-F, una afección de carácter estacional que causa un variado abanico de alteraciones anímicas, desde crisis de nostalgia a otras de inesperado mutismo o verborrea. Ayer sin ir más lejos el presidente del Gobierno fue víctima de una sorprendente afasia cuando le correspondía responder en la sesión de control a Mariano Rajoy, que lo había interpelado sobre algo (original) relacionado con el "lastre de la economía española". Zapatero tomó la palabra y respondió así: "Hoy no es día para discutir con usted, señor Rajoy, sino para recordar la dignidad, unidad y lucha por la libertad". No sé qué tiene que ver el silencio con el 23-F. Desde mi punto de vista, y dado que el asalto al Congreso pretendía menoscabar la actividad parlamentaria, los aniversarios más bien deberían conmemorarse con una sesión maratoniana de debates e incluso, si me apuran, con una exhibición de verborragia como la que puso en escena ayer Bono, el único miembro de la mesa en 1981 que 30 años después luce más pelo que entonces.

En otros sujetos el 23-F despierta una rara nostalgia o una equívoca comprensión si no del golpe militar sí de las circunstancias que motivaron el levantamiento. Ayer la prensa exhibía una variedad espléndida de artículos comprensivos. Un ejemplo, el de José María Carrascal: "Fue una advertencia para todos los españoles, en especial a los que ocupan funciones dirigentes, de que hay cosas con las que no se puede jugar. Sin ir más lejos, coquetear con el terrorismo. O poner los intereses del partido por encima de los de la nación. O dar más importancia al terruño que al Estado. O creer que las libertades democráticas significan que todo está permitido". Así que ojo, Zapatero, que te estás ganando a pulso otra asonada o mejor dicho "otra cura de humildad", que es como el articulista llama a la toma del Congreso.

Se suelen preguntar los analistas qué habría ocurrido si el golpe hubiera triunfado, quiénes habrían integrado el gobierno golpista, pero se piensa menos en qué personajes más comunes, una vez estabilizado el cuartelazo, habrían justificado su conveniencia, cuántos demócratas de hoy habrían abrazado y defendido la "cura de humildad". Es una de esas cuestiones de futurología doméstica que imposibilitan que alguna vez comprendamos en su totalidad el tejerazo, no porque subsistan lagunas (que subsisten) sino porque además de la trama del golpe nos fascina su revés.

Y una cuestión suelta: ¿Es también una manifestación del síndrome que la diputada Celia Villalobos llamara "fascista" a Bono? ¿Dónde están los fascistas? ¿A qué se dedican treinta años después?

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