Lo siniestro

Guardiola es un hombre educado que, sin embargo, desplaza la democracia hacia una utopía identitaria

Freud abordó esta categoría, lo siniestro, lo ominoso, das unheimliche, en el año 1919, referido a un cuento de E.T.A. Hoffmann, El hombre de la arena. De esta prospección, herr Sigmund deduciría que lo siniestro es todo aquello que nos resulta familiar, pero que se nos ofrece, inopinadamente, con la veladura y el escalofrío de lo extraño. El cine de terror está lleno de historias donde lo doméstico, donde lo familiar, se abisma en lo irreconocible. Y será la Europa de Freud, "el mundo de ayer" de Stefan Zweig (el mismo Zweig que leerá, más tarde, un emocionado responso ante el ataúd de herr Sigmund), la que se torne siniestra conforme el nacional-socialismo sustituya el brillo ambarino de los cafés por las luces unánimes de Albert Speer, el arquitecto del régimen.

Lo siniestro es, pues, una expropiación de lo común, que se desliza al ámbito de lo amenazador y de lo ignoto. La joven figura de Pep Guardiola sirve para ejemplificar este sentimiento; un sentimiento de desasosiego, que atañe a nuestra intimidad y, en cierto modo, la define. Como sabemos, el señor Guardiola es un hombre educado y de maneras suaves que, sin embargo, desplaza la democracia, revierte la ciudadanía, hacia una utopía identitaria de rebordes confusos. Podríamos concluir, en consecuencia, que la naturaleza del nacionalismo es siniestra, por cuanto transforma lo familiar en inhóspito, lo cercano en foráneo y lo comunal en privado. Vale decir, transforma al vecino en enemigo, a la familia en hueste y al país en propiedad milenaria. De esta formidable mixtificación resulta una mirada extática y alucinada, que es la mirada de lo siniestro sobre la realidad mostrenca. No obstante, dicha mirada es siniestra porque es próxima, y es familiar porque es nuestra. Con lo cual, si el señor Puigdemont, o el señor Junqueras, o el señor Guardiola figuran en estas líneas como políticos siniestros, no lo son tanto por su aspecto de comerciales antiguos, como por la estrecha vinculación que nos une, ineludiblemente, a ellos.

Sin esta identidad inicial, lo siniestro no sería posible. Sin esta igualación de partida ("¡hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!", escribe Baudelaire), las extravagancias de Puigdemont, o los arrebatos líricos de Guardiola, quizá nos trajeran sin cuidado. De modo y forma que si Pujol es unheimlich, no lo es tanto por su carácter ahorrativo, cuanto por su malsana familiaridad con nuestro dinero.

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