HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La tentación de intoxicar

LOS legisladores saben que cuando una ley cuenta con el rechazo de una parte significativa de la sociedad, deben sumarle a esa parte el número de silenciosos que no quieren complicaciones. En cualquier régimen y momento histórico hay una mayoría formada por silenciosos e indiferentes que permiten a los gobernantes promulgar leyes injustas o inculcar despropósitos, como los contenidos en algunos libros de texto de Educación para la Ciudadanía, título abstracto que quiere decir "para los Ciudadanos". Cuando en Cataluña se podía elegir la enseñanza en español o en catalán, muchos padres elegían catalán porque el español era la lengua de sus casas. Cuando comentaba con mi padre ciertas enseñanzas de mis profesores, me decía que no les hiciera caso: "Son unos falangistas", y ese "unos" tenía un matiz concreto que invitaba a tomar con distancia y reservas las afirmaciones de la educación política de entonces.

Los dos ejemplos anteriores los he puesto para dar a entender una verdad a los discretos: la educación, mala o buena, que prevalece sobre las demás durante toda la vida es la de las casas, donde el legislador, hasta ahora, no tiene entrada. La tentación de quien detenta el poder político, no exactamente la auctoritas, de educar en las creencias propias y en su modelo de sociedad es irresistible, pero sabemos que la eficacia de esa educación es superficial y pobre cuando no nula, pues en caso contrario todos seríamos monárquicos, republicanos, franquistas, demócratas, nacionalistas del metro cuadrado, conservadores o liberales. Y no es así. Más bien sucede al revés: una intoxicación de ideas religiosas o políticas nos inclina a desintoxicarnos y, cuando somos muy jóvenes, nos pone en peligro de caer en manos de otros intoxicadores nada más que por trasmitirnos ideas diferentes con apariencia de novedad, aunque sean antiquísimas.

Por lo publicado en la prensa, lo que se deduce de las últimas sentencias sobre la asignatura para educar a los ciudadanos es que se puede educar a los ciudadanos y es ilegal, no ilegítima, la objeción de conciencia, pero no se podrá enseñar nada que violente las conciencias de amplias minorías sociales. Si se hiciera así, teniendo en cuenta a la naturaleza humana educable, sería posible componer un libro de texto que nos incline al bien propio y común. No se trata de cambiar la Formación del Espíritu Nacional por Valentín o el niño bien educado, sino de preparar para una sociedad real, no para idealidades pseudorreligiosas, sin ocultar a los alumnos las malas pasiones que nos acechan esperando un momento de debilidad. Enseñarles a pensar y a elegir, explicarles que Libertad e Igualdad son conceptos intangibles y no consisten en irse de excursión o de borrachera ni en imitar a los más torpes. Dudo que se haga. La tentación de adoctrinar es más fuerte que las virtudes del sentido común.

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