La trumpeta del fin del mundo

El espíritu de contradicción no es la única razón por la que preferir que gane Donald Trump

Para la mayoría absoluta de españoles, una victoria de Donald Trump sería uno de los bocinazos de las trompetas del Apocalipsis: trumpetazo atronador, aterrador, tremendo. América es la diferente, no España; y casi todo el mundo está tan tenso como aquí, a la espera del resultado de las elecciones norteamericanas.

Habrá, en cambio, algunos que estén deseando lanzarse al vacío por culpa de tanto vértigo como nos están dando desde las portadas de los periódicos prestigiosos y las tribunas más altas. No creo, sin embargo, que el espíritu de contradicción sea la única razón por la que preferir que gane Donald Trump.

Está también el divino placer de asistir al desconcierto de quienes predican que la verdad emana directamente de las urnas y que la voluntad sagrada del pueblo soberano configura la realidad. Si triunfase Trump, entonces, ¿qué? Últimamente, la democracia no para de dar soponcios a sus fundamentalistas. A lo que habría que sumar el espectáculo más auténticamente democrático: un pueblo que hace su soberana (esta vez sí) voluntad a pesar de las prescripciones imperiosas e impacientes de los poderosos. Por último, echar un vistazo a la alternativa a Trump le quita bastante apocalipsis al asunto, o se lo da, porque esa opción -prepotente, con un pasado de amplias zonas oscuras, abortista, con conexiones sospechosas- es para gritar: "¡Que viene el lobby!". O una manada de lobbies. Hay algo que calma los nervios ante ambas alternativas. La solidez. Y algo que los hunde. La soledad. Las explico. La solidez del sistema democrático norteamericano, de su equilibrio institucional y de su arraigo constitucional (Trump no se cansa de defender la Constitución) hace que los vaivenes vayan a ser muchísimos más leves de lo que parecen en estos días, que son de sacudir ánimos electorales. Ya vendrá el realismo con sus asesores.

Lo malo, sin embargo, es la soledad. La soledad del conservador de fondo. Trump es la respuesta más potente y sonora que el mundo occidental ha sido capaz de oponer al discurso dominante del progreso inevitable por decreto y pensamiento único. Y es una respuesta simple, gritona, zafia y espiritualmente desarmada. Su éxito ya indiscutible, gane o pierda, implica un tremendo varapalo… al reaccionario. ¿La reacción era esto? Quizá nadie escuche más claramente los timbres apocalípticos del trumpetazo que quienes nos hacemos, melancólicos, esa pregunta.

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