QUEDAMOS ayer en que no nos fiábamos de quienes nos han conducido a la crisis actual ni tampoco de quienes la gestionan blindando a los primeros gracias a la riqueza de todos. Sigamos hoy por la senda de la clarificación de este confuso panorama.

En la estela de otras intervenciones de la Unión Europea, el Gobierno español habilitó la semana pasada hasta 50.000 millones de euros para la compra de activos de la banca en dificultades y acordó esta semana la concesión de avales hasta 100.000 millones para cubrir su financiación, sin descartar un rescate directo de entidades financieras mediante la entrada en su accionariado.

La pregunta es doble: si todo va a seguir igual, es decir, si cuando el sistema quede saneado con dinero público -que se recuperará o no, depende- se dejarán las cosas como están, expuestas a nuevas aventuras con resultado de hecatombe, y si los responsables de la misma continuarán al frente de la nave, como si nada hubiera pasado, beneficiarios de la falta de control y de la aplicación del principio insoportable de que ganan muchísimo cuando todo va bien y no dejan de ganar cuando todo va mal.

Esto no es ningún galimatías, sino el debate que ahora mismo está planteado en el mundo económico y académico internacional. ¿Qué pasa con los directivos y consejeros de las grandes corporaciones financieras? Tendría guasa, tela de guasa, que resultaran impunes al desastre que en buena medida han provocado mientras el mundo se derrumba a su alrededor. Eso ocurrirá si el esfuerzo colectivo que se emprende para evitar el naufragio del sistema bancario se destina en exclusiva a sanearlo e inyectarle liquidez sin cuestionar sus métodos, prerrogativas, modos y privilegios. Sin aprovechar la coyuntura para reorganizarlo todo con más transparencia, regulación y control.

El ministro de Hacienda alemán ha anunciado que los accionistas de los bancos que se acojan a las ayudas aprobadas tendrán que renunciar a los dividendos mientras recurran al dinero público y que sus ejecutivos verán limitados los suculentos ingresos anuales que vienen percibiendo. En Francia, los bancos beneficiarios de los avales del Estado los pagarán al precio normal de mercado y habrán de limitar igualmente la remuneración de sus ejecutivos y los paracaídas dorados (indemnizaciones multimillonarias que reciben cuando son despedidos por su mala gestión). Ponen en práctica una idea muy simple: que se trata de restablecer la confianza, no de ir en auxilio de quienes la han destrozado.

Es lo que yo quiero también para mi país. Así de demagogos nos hemos levantado hoy. Así nos obligan a pensar.

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