SE definió a sí mismo como un verso suelto en la estructura compacta del PP, pero ha acabado siendo un verso extraviado. Alberto Ruiz Gallardón ha visto frenada en seco su ambición de ir al Congreso de los Diputados. Para ayudar, claro. Para ayudar a Mariano Rajoy a ganar las elecciones generales, y para ayudarse a sí mismo si Mariano Rajoy fracasa. Su ambición parlamentaria era un aperitivo de ambiciones superiores.

Se precipitan quienes han deducido ya que Gallardón abandona la política. Si un animal político como Gallardón decide irse, se va y ya está, no anuncia que reflexionará sobre el asunto después del 9-M (¿qué pasa, que desde ahora hasta el 9-M no va a pensar en su situación y su futuro? Absurdo). Perjudicaría mucho más al partido que permanezca aparentemente indeciso y dando pábulo a toda clase de intrigas y especulaciones que dando el portazo en estos momentos. Hay otro detalle a tener en cuenta: adquirió con los madrileños que le votaron en masa el compromiso de quedarse cuatro años de alcalde. No puede salir corriendo de ese pacto con su ciudad sólo porque en su partido le han derrotado en una pelea orgánica ajena al interés concreto de los electores de Madrid.

Tampoco debe estar muy contento Mariano Rajoy. Cierto que el hombre ha dado aparente muestra de firmeza al rechazar el órdago de Ruiz Gallardón y el órdago-antídoto de Esperanza Aguirre por un procedimiento salomónico: ni uno ni otra. Pero no puede estar a gusto con los que le han alborotado el patio -tiene guasa que dos de sus cuatro o cinco activos electorales más potentes se hayan postulado para sucederle, con tanta prisa que parecen dar por seguro que perderá el 9-M-, ni consigo mismo, con su torpe manejo del tiempo en que debería haber zanjado el incidente. De hecho, programó que la crisis de Gallardón quedara sepultada por el fichaje de Manuel Pizarro, y le ha salido justo al revés.

La gran pregunta es qué consecuencias electorales pueden derivarse del extravío, nada poético, de Gallardón. No me atrevería yo a hacer afirmaciones rotundas. Creo que la candidatura del PP en Madrid va a conseguir aproximadamente los mismos votos -muchos- sin Gallardón que con él. Ahora bien, en las elecciones generales importa mucho la imagen de los líderes y de sus partidos, y la imagen que arroja la defenestración de ex Albertito es la de un partido que prescinde de gente brillante y moderada. El electorado centrista del resto de España se encuentra más a gusto en una organización con presencias como las de Gallardón o Piqué que con las de Acebes o Zaplana. Buena parte de este sector está negro con los socialistas, pero querría sustituiros por una derecha moderna, tolerante y serena. Veremos.

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