1992, cuando España miraba al futuro

El 25 aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona debería recordarnos de lo que es capaz España cuando trabaja unida

Durante estos días, con motivo de la celebración del 25 aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona, son muchas las voces que hacen una comparación pesimista entre aquella España del 92 y la actual. No sin razón, se contrapone lo que se recuerda como un país unido, pujante, imaginativo e ilusionado, con el actual panorama social y político, en el que el trauma por la crisis económica -que aún no se ha superado pese a las mejoras económicas- y el órdago independentista catalán nos dibujan una nación abatida y dividida que mira más al pasado que al futuro.

El 25 de julio de 1992, los españoles pudimos ver con orgullo una gran ceremonia de inauguración de los Juegos, un acto que derrochó imaginación y modernidad y que nos proyectaba al mundo como un país europeo y actual. Días después, en la clausura, el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, pudo reivindicar sin temor a cometer una exageración o hacer el ridículo que habían sido "los mejores Juegos Olímpicos de la Historia". Además, aquellos días dejaron claro lo que es capaz de hacer España cuando trabaja unida y cohesionada. El éxito de la organización de los Juegos de Barcelona fue el resultado de la sincera y estrecha colaboración entre el Estado y el Ayuntamiento de la ciudad condal -principalmente- y también -aunque menos- de la Generalitat. Las imágenes en las que se ve cómo la población barcelonesa se volcó con los atletas y equipos españoles -el 92 fue también el gran despertar de nuestro deporte- o llenaba de banderas nacionales el Camp Nou serían hoy impensables. Es difícil calcular lo mucho que hemos retrocedido en este sentido.

El 92 no sólo fue el año de los Juegos de Barcelona, sino también el de la Expo 92 de Sevilla, de la construcción del primer AVE y de la Capitalidad Cultural de Madrid. España, como apuntábamos, era sinónimo de éxito político y económico y el nacionalismo catalán todavía se mostraba como posibilista y pactista. Por eso, en general, la celebración de la efemérides no debería servir sólo como un mero recordatorio más o menos nostálgico, sino también y sobre todo para reivindicar nuestras posibilidades como nación cuando trabajamos juntos. El país debe buscar nuevos horizontes y proyectos que lo cohesionen, debe volver a mirar al futuro y dejar de rebuscar obsesivamente en los libros de historia. Con el enfrentamiento, con la desunión, sólo conseguiremos convertirnos en estatuas de sal.

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