Tribuna

Juan Carlos Rodríguez Ibarra

Ex presidente de la Junta de Extremadura

¿Y yo qué seré?

¿Y yo qué seré? ¿Y yo qué seré?

¿Y yo qué seré?

Yo soy partidario del Estado de las Autonomías. El Estado de las Autonomías ha elevado el nivel vital de todos los territorios de España y eso es un haber positivo que no puede olvidarse. Se dice que el Estado de las Autonomías es costoso, pero recuérdese que en la deuda española, la privada es tres veces superior a la pública; es decir, es imputable al Estado de las Autonomías menos de un tercio de la deuda global.

Las comunidades autónomas han cometido muchas torpezas, sin duda, pero muchas de ellas han servido para el progreso. Plantear ahora el retorno al sistema centralista es sencillamente suicida. No hay una sola posibilidad entre mil de que la clase política acepte esto y probablemente ningún pueblo de España lo quiera.

La otra opción es la federal. Prat de la Riba, cuando se proponían soluciones federales para el problema catalán, decía: "¿Y con quién se va a federar Cataluña?, porque Cataluña es una entidad singular. ¿Dónde están las otras entidades singulares, tan singulares como Cataluña?". Si Cataluña fuera una nación y se federara con otra u otras naciones, ¿yo tendría la nacionalidad extremeña si Extremadura se convirtiera en nación? ¿O tendría la nacionalidad española, pero distinta a la española de antes? ¿Podrían decirme algo los defensores del plurinacionalismo?

La opción federalista habría que concretarla. No sabemos muy bien qué significa entre los propagandistas del federalismo la palabra federalismo. Existen tantos sistemas federales en el mundo como países que lo han adoptado. Y, por tanto, federalismo no invoca un modelo de Estado que sea singular o que sea fácil de caracterizar por algunas notas que nos diferencien de los demás modelos de estados descentralizados. El español de 1978 es un federalismo porque las instituciones que lo conforman son de raíces federales. Hay un reparto de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas de clase federal.

Un salto hacia un federalismo que obligara a cambiar la Constitución y llamarse federal a lo que es autonómico resulta enormemente delicado. Si el PP no lo acepta, estamos planteando algo fuera de la realidad. No hace falta decir que la mayor parte de los pueblos de España no lo postulan. Llamar Estado a La Rioja, a Cantabria, a Murcia, a Extremadura o a cualquiera de los entes autonómicos actuales es un dislate. No obstante, si llamar federal a nuestro Estado sirviera para dar respuesta al independentismo catalán, habría que postularlo, pero no parce que sea ese el supuesto.

El Estado de las Autonomías ha superado lo que es un Estado federal tipo, como el alemán, en competencias y en asimetrías que se adecuan mejor a la singularidad de nuestro Estado. En Alemania, por ejemplo, independientemente de su historia y tradición, la esencia del federalismo descansa en la igualdad constitucional de todos los estados o Lander entre sí. El más pequeño de estos tiene las mismas competencias que Baviera, el más grande y con más tradición propia. Si la propuesta federalista tiene como objetivo aplacar la insaciabilidad nacionalista periférica, quienes lo proponen deberían saber que el modelo federal no vende ni convence a nadie en Euskadi ni en Cataluña. Nadie habrá escuchado a ningún nacionalista en esos territorios defender el federalismo. La pregunta, entonces, es: ¿a quiénes se quiere contentar o qué problemas se quieren arreglar con la propuesta?

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