Tribuna

Manuel bustos rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

Cuidadores de almas

Cuidadores de almas Cuidadores de almas

Cuidadores de almas / rosell

Cuando la política ordinaria pierde nobleza y deja de ser útil al ciudadano, es preciso acudir a otras alternativas. Lo de Tabarnia puede asimilarse en principio a una vulgar pantomima. A muchos les parecerá un exabrupto y se pondrán estupendos, sesudos, serios, invocando la Jurisprudencia del Estado de Derecho y el necesario control de los partidos, para rechazar así todo lo que se reúna bajo dicho nombre.

Pero qué difícil es reconocerlo cuando, en medio de la tragedia independentista, hasta la política se presenta como un perfecto esperpento. Me pregunto qué otra cosa se puede hacer, mínimamente consecuente con lo que vemos cada día en este larguísimo culebrón catalán (y lo que te rondaré morena), sino oponerle otro esperpento. Se trata de un escape necesario para no llorar, eliminar tensiones y frustraciones, erradicar el sentimiento de impotencia que nos asalta, y no pasar del todo de un tema tan importante como el de Cataluña y sus expectantes epígonos valencianos, mallorquines o vascos.

Porque a no pocos, a pesar de los pesares, nos sigue doliendo España y, sobre todo, nos duele esa torpeza, esa incapacidad manifiesta para dar una respuesta eficaz y valiente a lo que ha tomado desde hace tiempo tintes tragicómicos, remate necesario de una continuada política de imprudentes concesiones al nacionalismo. Y es que, lo que está en juego, por mucho que queramos minimizarlo, no es un problema meramente autonómico, sino nacional y, por extensión, europeo. Estamos en un momento histórico clave, que pone a prueba a los líderes y les convoca a estar a la altura de las graves circunstancias que concurren en el país. Justo lo que, precisamente, hasta el momento presente, no ha existido.

Se amontonan, en efecto, ante nuestros ojos ya cansados, deseosos de temas más amables, los complejos y confusos vericuetos legales (puesto que, prácticamente, no se ha hecho otra cosa más que judicializar el asunto), favoreciendo unas veces al independentismo y cercenándolo otras levemente con el tan traído y llevado 155 (en realidad el 0,155). Se evidencia asimismo en nuestra mirada la inutilidad de unos comicios que poco clarificaron, aunque, eso sí, hayan provocado que cunda de nuevo el lío entre las filas independentistas. Y se perciben finalmente iniciativas, movimientos de ficha sin acierto sobre el tablero del ajedrez político, cuanto menos sorprendentes, a cargo de protagonistas diversos (Gobierno, partidos, instituciones, particulares u organismos supranacionales). Y cada día que pasa se parece más a un batiburrillo de despropósitos, lejos aún de poder ser reconducido o encauzado eficazmente.

Puigdemont, a pesar de su escasa talla política, es el consentido, el fugado y ahora preso, que ha hecho de las suyas por Europa, a mayor gloria de la república catalana soñada y descrédito de España. Sus compañeros de viaje, unos en la cárcel, otros fugados o encargados de seguir horadando la estabilidad política del país, simulan arrepentimiento para salvar el pellejo. Mientras, la parálisis del Gobierno, a la espera de que las cosas se arreglen por sí solas, o, de lo contrario, como suele decirse, si sale con barba San Antón y si no la Purísima Concepción. Y la mayoría de los partidos de la oposición mareando la perdiz o con actitudes claramente ambiguas, intentando dar apariencia de solvencia y de que la legalidad funciona realmente en Cataluña, cuando no proponiendo salidas inútiles al problema.

En el interregno, mientras unos y otros se aclaran, los medios de comunicación independentistas haciendo su labor de zapa, el dinero de los contribuyentes fluyendo para financiar a los golpistas, la educación de niños y jóvenes en manos de los de siempre, media Cataluña dejada a su suerte, la Policía española vejada y los Mozos de Escuadra en entredicho.

En esta tesitura, habrá que esperar tal vez a un nuevo discurso dando algo de fortaleza institucional por parte del Rey, que pudiera terminar siéndolo tan solo de una España minimizada. O a la convocatoria de alguna manifestación más de que somos catalanes pero seguimos siendo españoles, la exhibición de la roja y gualda en los balcones, y a seguir la cantinela que esto va para largo. Afortunadamente, los leones secesionistas siguen rugiendo presos de sus propios miedos y pugnas en el seno de la manada, enredados en todo género de incoherencias.

Comprenderá así el lector que Tabarnia sea ya para muchos la única esperanza de redención política. La medida más eficaz para darle en donde más puede dolerles a los independentistas. La que usa de las mismas armas que sus contradictores: el esperpento, la burla, la ironía y el sarcasmo, pero con más gracia. Lo único que parece ya restarnos como recurso. Sí, en efecto, aún nos queda Tabarnia, último bastión frente a la sinrazón, la parálisis y la ausencia de medidas eficaces al gran problema que nos perturba. Y lo que venga después.

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