Tribuna

Carlos martín gaebler

Instituto de Idiomas Universidad de Sevilla

'Cutrespaña'

Siempre me ha llamado la atención que el castellano no tenga un término propio para el adjetivo inglés 'law-abiding' (que cumple las leyes)

'Cutrespaña' 'Cutrespaña'

'Cutrespaña'

No escribo esta tribuna para glosar la calidad de vida en España, nuestra alegría vital, nuestro altruismo donante para salvar vidas, nuestra bendita propensión a besarnos y tocarnos; tampoco para reivindicar la riqueza multinacional y plurilingüe del Reino o para constatar la satisfacción que sentimos cuando, tras una larga estancia en un destino lejano, aterrizamos en Barajas y volvemos a nuestra zona de confort. Hoy quiero reflexionar, desde el civismo ilustrado, sobre la podredumbre social y ética de nuestro país, y desentrañar los modos y pensamientos del español rancio, del español español.

Somos un país que no ha sido capaz de mirarse en el espejo de su pasado. Los españoles padecemos una amnesia histórica colectiva. Hay una España a la que las películas sobre la Guerra Civil le parecen todas tendenciosas, una España que nunca ha condenado el golpe de Estado de 1936 (y otra España inmadura que no condena la dictadura venezolana), una España nacionalista que hace alarde de su idea patrimonialista de nuestra patria. Ante este escenario se hace necesaria una nueva transición que transite hacia una regeneración de nuestra democracia. Necesitamos reiniciar España.

Señala Manuel Rivas que los españoles tenemos la sensación de vivir empantanados en esa posdictadura que es la corrupción sistémica. Vivimos en un país de corruptos y chorizos impunes que siempre se salen con la suya. Un país que hace marca España de la actividad futbolístico-comercial. Luís García Montero suele afirmar que vivimos en un país de chiste, pero sin ninguna gracia.

Nuestra ancestral chulería/picardía va desde el aparco y fumo donde me da la gana hasta preguntar a un cliente si quiere pagar la factura "con IVA o sin IVA" para seguir engordando la economía sumergida. El españolazo gusta de decir coño y cojones (cuando no maricón) cada dos por tres. Durante demasiado tiempo, en lugar de educar en el respeto entre iguales, hemos insistido en educar sólo en la tolerancia. Y así nos ha ido. Por otro lado, siempre me ha llamado la atención que el castellano no tenga un término propio para el adjetivo inglés law-abiding (que cumple las leyes), aunque sí hay innumerables sinónimos de pícaro.

La telebasura que consumen a diario muchos conciudadanos es también responsable de la conformación de esta sociedad maleducada. Ante el tsunami audiovisual, leer hoy en día en España se ha convertido en una heroicidad de minorías. Parece que vivamos en un país compuesto por una clase televidente y otra leyente, a modo de una nueva versión de las dos Españas.

Este año se cumplen 40 años desde la restauración de la democracia y seguimos sin entendernos. Un ejemplo de nuestra proverbial aversión al consenso es la incapacidad para reformar la tauromaquia de modo que no sea necesario matar a un toro ante una multitud que ha pasado antes por caja. Se requiere imaginación para dar con la fórmula de torear sin torturar. No creo que ser español sea aplaudir por ver asesinar a un animal después de haber pagado por ello.

Por otra parte, el español español es poco autocrítico. Un ejemplo: hace unos años, en Irlanda -país mayoritariamente católico como España- se constituyó una comisión nacional para sancionar/condenar los 30.000 casos documentados de abusos a menores. Si en una población de 12 millones se habían llegado a contabilizar tantos casos, ¿cuántos abusos sexuales habrá habido en España, un país que casi cuadruplica la población de Irlanda? ¿Ha creado el Estado español una comisión para desenmascarar y condenar a los culpables y reparar el daño a las víctimas? No. Somos cutres de verdad porque no sabemos limpiar la podredumbre de nuestro pasado.

Recientemente, el Instituto Elcano ha atribuido la ausencia actual de un partido fascista en España (eufemísticamente lo llaman populismo de derecha) al estilo de los surgidos en varios países occidentales a la debilidad de nuestra identidad nacional, factor este que, a mi entender, nos lastra para vertebrar nuestro país. Mariano Barroso, vicepresidente de la Academia de Cine, sostiene que la ausencia clamorosa de un concepto de "lo colectivo" y del "bien común" nos limita y nos impide crecer como colectividad. Además, el proceso secesionista catalán está impidiendo el ineludible proceso reformista español. Los árboles de un territorio no nos están dejando ver el bosque del resto del Estado. A propósito, ¿no se le ha ocurrido a nadie preguntarse si este dolorosísimo desgarramiento territorial que estamos sufriendo se habría producido de ser España un país cívico, sensato y vertebrado? ¿Es acaso la negativa a contribuir económicamente a la solidaridad interterritorial la única razón que mueve a los secesionistas? Nos convendría formularnos estas preguntas y responderlas.

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