Tribuna

Manuel j. Lombardo

Crítico de cine

Hablemos de cine español

Hablar hoy de Trueba como un traidor y un desagradecido que merece el fracaso comercial pone de manifiesto que cualquier argumento es preferible a hablar realmente del cine español

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Hablemos de cine español

En mala hora dijo Fernando Trueba aquello de que no se sentía español al recibir su Premio Nacional de Cinematografía en 2015. Los sectores más recalcitrantes de la sociedad, esos a los que la palabra cultura siempre ha incomodado como un sarpullido en la espalda, han recordado tamaña afrenta para lanzar y justificar una llamada al boicot de la última película del director, La Reina de España.

Trueba se ha convertido así en el último chivo expiatorio y muñeco para golpear de esa inquina y esa estrechez tan nuestras que han politizado y estigmatizado nuestro cine para ver en la supuesta ideología (izquierdista, libertaria, progre, qué más da) de algunos de sus artífices el motivo para insistir en un (falseado) descrédito histórico de enmienda a la totalidad. No hace ni siete meses que Pedro Almodóvar, a quien esta misma semana están homenajeando en el MOMA de Nueva York, fue también objeto de escarnio público (con llamadas a desertar de su espléndida Julieta) tras la aparición de su nombre en los Papeles de Panamá por un caso de 1993. Y es que el furioso detractor del cine español nunca olvida y sirve su venganza en frío.

A diferencia del de Almodóvar, el cine de Trueba no ha sido nunca santo de nuestra devoción (pueden leer mi crítica de La Reina de España), mucho menos después de que, pasado su fulgor generacional al rebufo de los primeros años ochenta, adoptara las formas de un academicismo impersonal que lo mismo sirve para imitar las maneras de la comedia sofisticada en el Madrid feliz del felipismo que para narrar, desde un cierto maniqueísmo superficial, los avatares y postrimerías de la Guerra Civil, otro estigma que el cine español no parece que vaya a quitarse nunca de encima.

La cuestión es que cuando el cine ocupa los titulares o las portadas en nuestro país, casi nunca lo hace por motivos estéticos o culturales. En España se habla en mayúsculas de cine para lloriquear o enterrar a los mitos (olvidados), para celebrar los premios y taquillazos con golpes de pecho patriótico o, como es el caso, para señalar a determinados cineastas o actores (piensen en el locuaz Willy Toledo) como el mismísimo demonio delante y detrás de una cámara.

No es éste sino un síntoma más de la paulatina espectacularización de la información, que apenas se sirve ya de escándalos inflados a falta de herramientas o amplitud de miras para diseccionar y contar la cultura y sus disciplinas con un mínimo rigor, detenimiento y especialización. Hablar hoy de Trueba como un traidor y un desagradecido que merece el fracaso comercial pone de manifiesto que cualquier argumento es preferible a hablar realmente del cine español, de su idiosincrasia, su identidad, su legado y sus múltiples virtudes, de sus logros y sus problemas, entre ellos, por ejemplo, el del nivel de sus sagrados espectadores, quién sabe si los peor educados o los más ingratos de Europa para con su propia historia.

La amplificada noticia de Trueba ensombrece o arrincona además otra que sí nos parece verdaderamente preocupante y reveladora de la consideración que el cine tiene para nuestras instituciones públicas y, por ende, para la sociedad que las elige. Y es que la Filmoteca Española (fundada en 1953) corre verdadero peligro de parálisis o desmantelamiento tras la jubilación de su director histórico, Chema Prado, y la no renovación ni sustitución de los puestos de trabajo que, ya sea también por motivos de jubilación o de recortes presupuestarios, realizaban una labor esencial y especializada para perseguir sus objetivos fundacionales: "recuperar, restaurar, conservar, investigar y difundir el patrimonio cinematográfico".

De manera que así nos vemos: con las televisiones privadas suplantando artificial y exageradamente los discursos del éxito y la calidad de nuestras (sus) películas (véase el caso sin precedentes de la promoción elefantiásica de Un monstruo viene a verme), los medios de comunicación haciéndose demasiado eco de escándalos artificiales y tendenciosos el mismo día en que Almodóvar triunfa (discretamente) en Nueva York, y con la veterana Filmoteca, que debería ser la depositaria mimada de nuestra historia y nuestro legado cinematográfico, en serio riesgo de fallecimiento por falta de personal cualificado y dotación presupuestaria. Habrá incluso quien la acuse de haberse beneficiado de subvenciones públicas para restaurar películas de Buñuel, aquel señor tan maño y tan sospechoso.

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